miércoles, 28 de marzo de 2012

La sonrisa

  La sonrisa es santa:
  se descubre en los niños de paz imperturbable
  cuando están en el regazo.

  La sonrisa es propia de los ángeles:
  apenas dibujada, hace gritar jubiloso al corazón:
  ¡Qué ternura! ¡Bendita la madre que te trajo al mundo!

  La sonrisa es de los hombres justos:
  se anuncia ingénita en los rostros infantiles.

  La sonrisa, si es falsa y amiga de la envidia,
  esconde la mirada y hace sentir en los oídos
  eco de palabras estudiadas.

  La sonrisa es también,
  máscara de fiera que olfatea la desgracia:
  le brillan los ojillos, farfulla las ideas,
  le sudan las manos, le falta el aliento...
  y mira fijamente a la víctima
  o palmea los hombros con falsa condolencia,
  igual que los gatos si juegan con la presa,
  antes de dar la tarascada letal.

  La sonrisa, pues, privilegio divino de los hombres,
  es también efluvio de los seres imperfectos,
  miasma de la bonhomía que muere.

  La esencia de los hombres está en la sonrisa:
  la verdad, la hipocresía;
  el bien, el mal; el odio, el amor.

martes, 27 de marzo de 2012

La noche sin mañana

   Estacionado el carro de paletas, don Luis mira su reloj de pulsera. Faltan pocos minutos para que los niños salgan al receso matutino de la escuela. Se sienta por ahí. Su rostro curtido por el sol y marcado ya por numerosas arrugas, tiene expresión indiferente.
   En su diario trajinar por las rúas de la ciudad, sólo tiene tres momentos de reposo para su cuerpo: la hora de entrada de los niños que espera, el receso y la salida. Mientras la hora de posible venta llega, camina por ahí sin rumbo ni destino; se va con desgano, autómata, siempre atrás de su carro.
   Lo más pesado del día es la tarde. Tan pronto como los niños desaparecen de su vista, echa la triste mirada hacia las calles desiertas y, muy a su pesar, hace sonar la campanilla y arranca.
   Los jovenzuelos de añejos y malsanos sentimientos, sonríen. Alguno aplica la acuciosa mirada, observa bien y comparte el extraño descubrimiento: el hombre del carrito parece que va en una competencia deportiva. Causa gracia; él solo se da el toque de arranque, y él solo emprende la salida.
   Se va al paso, con parsimonia; sabedor acaso de que lleva demasiada ventaja. Toma su tiempo, se detiene a tomar agua y mira de cualquier forma hacia atrás, como si temiera ser alcanzado. Pero también mira de reojo, sospechando tal vez que una sombra lo rebase.
   Nada de eso pasa. En su diaria rutina de trabajo donde apenas gana para mal vivir, los eventos deportivos le inspiran otros intereses. Él estaría presente como el comerciante que es, en su más humilde representación; pero no como deportista.
   Su proyecto de vida es de corto plazo; apenas dura doce horas. Comienza a las siete de la mañana y termina a las siete de la noche; justo cuando el sol se duerme. Cabalmente podría decirse de él, que labora de sol a sol. Sin embargo, a pesar de la dura jornada, el trato que recibe como trabajador es justo; así lo parece. No se mortifica por la obtención de ganancias extras; no lucha por una comisión; su cuerpo no da para mayor esfuerzo. Si vende más, menos o igual que en el día transcurrido, no le causa preocupación; siempre gana lo mismo.
   Observando a don Luis, somera o minuciosamente, se descubre que no tiene talento para el comercio. Y sea él quien falla o el patrón porque no le da la orientación debida, el resultado es el mismo.
   ¿A quién se le ocurre traer uñas largas y llenas de tierra?, ¿a quién que se jacte de tener 'tres dedos de frente', se le ocurre llevar un pañuelo colgante en la bolsa trasera del pantalón, y con él asearse la nariz, limpiar el polvo del carro paletero y secar los helados?
   ¿Cuántas veces un posible cliente se ahuyenta por la mala presencia del vendedor, por las malas prácticas que mira, o tal vez por lo que sólo imagina?
   Un paletero que lleva exprofeso un pañuelo para los mocos, para secarse las manos, para sacudir el polvo de su negocio ambulante, amén como dicen, de manejar dinero y alimentos sin el mínimo cuidado, no puede tener mayor aspiración que la de vender su producto al atrevido que pone en riesgo la salud donde hay falta de higiene.
   El peregrinar de don Luis no puede ser promisorio. Sin la luz de la conciencia, no puede tener mayor aspiración. Ante la posibilidad de que los niños puedan contraer alguna enfermedad, se puede hacer una pregunta más: ¿Cuántos padres prefieren el berrinche del hijo, a tener qué lidiar con los efectos de una mala decisión?
   Esto se puede reflexionar desde la óptica paterna; no precisamente desde la inconsciencia de don Luis. Si él supiera que la diferencia entre el éxito y el fracaso de su modesto negocio está en la higiene, posiblemente usaría cubreboca; pero no lo sabe. Nunca lo ha sabido. Para aspirar a una noche con mañana distinto, es necesario tener una almohada que aconseje; que después de oír los íntimos anhelos, diga lo que se debe hacer.
   Tristemente hemos de reconocer: donde no hay sueños, anida el fracaso; donde no hay conciencia, está el fracaso. Es ahí donde duermen la frustración y el desencanto de los hombres de trabajo que merecen un amanecer promisorio. Desgraciadamente no saben siquiera, que la conciencia es una lucecita motivadora, que alumbra el camino del éxito desde que el hombre está en su más tierna edad; ni imaginan, vaya, que "lo que no fue en su año, sí hace daño". Claro, sin la preparación adecuada, el resultado final sólo puede llamarse fracaso. Aún para vender paletas, hace falta el sentido común que se traduzca en higiene.