viernes, 24 de agosto de 2012

Agradecimiento y saludo a los lectores

   Amigos lectores:

   La página "Te lo cuento", de David Cibrián Santacruz, a la que se puede entrar con más facilidad escribiendo sólo 'Mataron a la josca', estará cerrando en el mes de septiembre del año 2012, nada más y nada menos que l000 visitas; esto, Gracias a ustedes.
   Si tomamos en cuenta que la contabilidad comenzó en el mes de mayo pasado, considero que no es malo el resultado. Y si pensamos además que el nombre del cuentero David Cibrián Santacruz, comenzó desde el mismísimo anonimato y que los lectores no tienen obligación o compromiso de ninguna clase con este mexicano que escribe por placer, más razón tengo para agradecer y saludar por este medio, a quienes me animan a escribir sinceramente y sin eufemismos lo que me inspira la realidad del mundo.
   Vean, amigos, el orden que fueron tomando los visitantes de las diferentes partes del mundo: México en primer lugar, tal vez porque el cuentero escriba de la campiña y sociedad mexicanas; después vienen Estados Unidos, Alaska, Alemania, Rusia, Canadá, Ecuador, Perú, Argentina, Colombia, España, Reino Unido, Corea del Sur, Bolivia, Panamá, Malasia, Honduras, Guatemala, Chile, Francia, Puerto Rico y Venezuela. Por cierto, Venezuela hizo presencia apenas el día 21 de agosto pasado.
   Amigos lectores, realmente agradezco de corazón la presencia virtual de ustedes. Por tal razón les notifico que, de los 47 textos que he puesto a consideración del público, los más leídos han sido Mataron a la josca, La última voluntad, Héroes anónimos, Una lágrima, Panadería Ayón, Primer corte de plátano y Vaya tío.
   Los invito a checar el archivo, ya que por ahí están El padre se robó a la María, Está cañón, El retorno y Hola campeón, que muy probablemente les recuerden experiencias personales o locales. Chao, amigos; y nuevamente Gracias, Gracias, Gracias.
        Atentamente: David Cibrián Santacruz, el "Cuentero"; desde Nayarit y Sonora, México, para el mundo.

viernes, 3 de agosto de 2012

Parecía chango

... Hablemos de un errorcillo en la acción educativa.
   La escuela primaria deja en el corazón de quienes la abandonan, recuerdos que marcan el alma y forjan el espíritu. El viejo edificio inspira; es la primera ventanita que permite sospechar nuevos horizontes.
   Las boletas ganadas con poco o mucho esfuerzo; los diplomas obtenidos con dedicación; las participaciones artísticas que se plasmaron en las fotografías; los amigos y los profesores que se perdieron en los caminos del mundo... todo nos deja huella; hasta los horribles exámenes que empiezan con el diagnóstico de septiembre y siguen hasta el mes de junio, evidenciando la ignorancia y también la habilidad para copiar, vuelven como recuerdos caprichosos para arrancar una sonrisa de felicidad o un gesto de tristeza.
   El caso de Paco, niño de cuarto grado, es parte de la historia que duele y que debe hacer camino a la reflexión.
   Sus compañeros de grupo lo conocieron desde que llegó a primer año.
   Aunque fue inquieto y que no desperdiciaba las oportunidades para levantarse de su asiento, siempre alcanzó las notas suficientes para irse al siguiente grado: de primero a segundo, de segundo a tercero, de tercero a cuarto; y de cuarto... quiso Dios que al cielo. Diez años tenía.
   Sí; el día que la maestra Gabina informó los nombres de quienes habían aprobado, él fue uno de los afortunados que saltó para festejar su pase.
   Era fin de año, junio, mes de las mayores exigencias administrativas. El director estaba en la oficina, precisamente firmando los certificados de los alumnos de sexto y recibiendo por partes la documentación que debía entregar a la superioridad. En el patio y en las aulas todo era algarabía, entusiasmo, gozo.
   Para evitar la acumulación de documentos en el escritorio, el director hacía llamar a los maestros que necesitaba. Esa era la mecánica de todos los años, lo tradicional. Ya se sabía, sobreentendido o por instrucción verbal, que el profesor que iba a la dirección, debía dejar trabajando al grupo, sin la vigilancia necesaria.
   Por ahí alguien ensayaba una poesía, algún canto, una ronda dentro del salón de clases, otros repasaban actividades curriculares y, allá en la cancha cívica, el profesor de sexto se ocupaba de que los alumnos aprendieran la coreografía del vals "Aída". Según la norma escolar, había qué cumplir con el aspecto administrativo; con el ensayo de los números artísticos que habrían de presentarse en la fiesta de clausura; pero también, desde luego, con aquello que era el calendario escolar y que exigía la presencia de los niños.
   Los niños que todavía repasaban las actividades del Programa oficial, se las ingeniaban para dejar de trabajar y mirar los ensayos del vals; pidiendo permiso para ir al baño, se desviaban sin escrúpulos ni mortificación alguna, por tal de ver las evoluciones de los niños de sexto grado.
   Las exigencias para trabajar en los libros de texto y en los cuadernos, no tenía sentido. Eran tantos los distractores que, seguramente, ni siquiera los estudiantes privilegiados con buen intelecto se preocupaban del repaso ni de aprender más.
   Aunque en las aulas ya no había concentración para estudiar, pero sobre todo, que ya las boletas se estaban requisitando y que la gran mayoría de los estudiantes conocían su calificación final, ahí estaban los profesores tesoneros y sus alumnos: encerrados en las aulas, porque todavía faltaba una semana para que terminara el ciclo escolar.
   Mientras, a pesar del ruido que llegaba de las aulas y de la cancha como distractores, el director trataba de hacer su trabajo.
   En el salón de cuarto grado, la profesora Gabina revisaba por enésima vez los promedios finales y de cuando en cuando levantaba el rostro, para hacerse notar como vigilante. Cada vez que lo hacía quedaba satisfecha: hasta el niño más inquieto permanecía en su lugar, haciendo el trabajo propuesto en el pizarrón.
   Ya pasaron los años que dan resignación; pero... a la luz del tiempo que ha transcurrido; al amparo de la función multiocupacional que provoca estrés; influídos por la sensatez que otorga el reposo emocional, preguntaríamos: ¿no se asemeja la muy cuestionable responsabilidad de hacer tanto al final del ciclo, con lo que hace una mujer cuando amamanta, cocina y atiende al teléfono? ¿No se presenta la multiocupación como un riesgo para los niños, que en algún momento habrán de quedar solos?
   Piénsese, piénsese; ¿no peligran los niños de acción impredecible, cuando quedan solos dentro del aula?
   Así como son peligrosos para otras personas los conductores que hablan por el celular mientras manejan, así los niños inquietos son el potencial enemigo de sí mismos cuando están solos.
   EN algún momento, como era de esperarse, se apareció un niño de otro grupo, y desde la puerta del salón dio un recado verbal:
   -Profesora Gabina... dice el director que vaya; que se lleve el cuadro de concentración, las boletas y los diplomas -dijo.
   Ahí comenzó la cuenta regresiva en la vida de Paco, sin que la profesora ni los alumnos se dieran cuenta. ¿Quién puede sospechar los misteriosos designios del destino?
   Antes de abandonar su aula, llevando el paquete de documentos que debían firmarse, la maestra hizo una recomendación:
   -Se portan bien, niños; voy a la dirección pero vuelvo luego. No hagan que les baje calificación o que ponga una mala nota en la boleta... ¿oíste, Paco?
   Y se fue, sin imaginar la tragedia que ya se gestaba. Paco, el "tremendo" Paco, nieto del señor Celestino Estrada, estaba por cometer la última imprudencia; estaba a tres minutos de su propia desgracia.
   Todavía volvió la mirada la profesora, cuando iba a unos metros del salón. Nada extraño le anunció el terrible evento que llegaría. La dedicación y el silencio de los estudiantes, nada malo presagiaban. Tranquila pues, llegó a la dirección; colocó los paquetes sobre el escritorio, sacó de su bolso la calculadora y tomó asiento.
   -Traigo el cuadro de concentración -dijo-, las boletas y los diplomas; todo para supervisión y firma.
   -Sí, maestra; por lo pronto veamos eso -respondió el director-.
   Luego, después de meditar sobre las conveniencias del orden, agregó:
   -Vamos a verificar los números del cuadro de concentración y dejamos para después las firmas; ¿qué le parece?
   -Como usted diga, profesor -acotó la profesora Gabina-.
   En esos acuerdos iban, cuando les llegó la mala noticia.
   -¡Profesora, profesora; Paco se cayó!
   Es posible creer que ni el famoso Rodrigo de Triana puso tanto énfasis en la frase "tierra a la vista", cuando descubrió el Continente Americano. Sin embargo, veamos la respuesta que obtuvo la mensajera.
   -Que se levante, niña -respondió fríamente la maestra y sin volver la mirada-; estoy ocupada.
   Ni siquiera el profesor comprendió el carácter aprensivo del mensaje.
   -Ayúdenlo, niña; la maestra está ocupada -pidió-.
   -¡Es que no se mueve, director; ya le gritamos!
   -¡Virgen santa! -exclamó la maestra, saliendo tan rápido como pudo y con visibles muestras de preocupación.
   Los compañeros del grupo rodeaban el cuerpo y, efectivamente, dos o tres vocecitas le gritaban:
   -¡Levántate, Paco... levántate por favor!
   Un hilillo de sangre le escurría de una pequeña descalabrada; pero el cuerpecito permanecía inmóvil, exánime, sin responder al llamado de los amigos ni de la maestra.
   -¡Levántate, Paco; levántate! -repetía ella, haciendo eco del deseo.
   -¿Cómo se cayó? -Preguntó el director-. ¿Álguien vio cómo se cayó?
   -¡Sí! -contestaron los niños-; nosotros vimos todo.
   "Primero quiso que viéramos cómo bajan los cazadores a los venados que matan allá en las montañas -dijo uno-. Se colgó de ese tubo con las manos y los pies".
   "¡Sí, director -dijo otro-; pero luego se fue hasta allá y se regresó! En cuanto llegó lo vimos caer".
   Paco, el amigo que todos conocían como inquieto y temerario, se había colgado de la varilla tubular que iba de lado a lado, en lo ancho de aquel salón de material prefabricado. No contento con estar en lo alto, comenzó a deslizarse motivado por los aplausos de los compañeros; pero no pudo bajar como debía.
   Los profesores conocen, seguramente... las aulas prefabricadas llevan un cintillo tubular que va de lado a lado, en la mitad de la parte ancha pero en el techo. Esa fue la trampa donde Paco dejó su energía y su corta vida. Cayó al vacío y se golpeó la nuca con el borde de un banco binario. Ya no se movió. Ya no supo de él, ni de la escuela, ni de nada.
   No supo de gritos ni de lamentos; había muerto feliz por haber pasado al siguiente grado, pero también satisfecho de haber realizado el esfuerzo insensato en la meta que se había propuesto. Ir y volver colgando era un reto de muchos amigos; pero él era el mejor.
   -Está muerto -dijo alguien-, ya no respira; no tiene signos vitales.
   El dramático anuncio vació el sentimiento de los profesores y de los niños. Pero qué inútiles eran ya para Paco, las demostraciones de afecto por la vía de la congoja y el dolor. Ahí donde había conocido regaños y exigencias, resonó la negación.
   -¡No, Paco! ¡No, hijo! -Gritó la profesora Gabina desde el paroxismo del dolor; en la débil frontera del sentimiento desbordado.
   En coro patético también resonaron otras negaciones: la del director y el resto de su personal docente.
   Hubo niños que, influenciados por la inocencia de los pocos años, apreciaron con serenidad la otra parte de la historia; la que no habían sospechado. "Si nos quieren" -se decían discretamente-, mientras el director echaba al viento su íntima confesión, con acento aún más aterrador que la misma muerte.
   -¡No, hijo...! ¿Qué le voy a decir a tus papás?
   No quisiera cansar a los profesores ni mortificar el corazón de los padres de familia, con las voces doloridas de los protagonistas que, viajando acusadoras de ida y vuelta, ya no le devolvían la vida al niño. Pero a cambio debo decir, en primer lugar y aun bajo juramento, que la historia no es producto de la fantasía.
   En segundo lugar cabe decir, para que la experiencia ajena se aproveche en las nuevas generaciones de niños y profesores, debemos poner sobre la mesa y con la honestidad necesaria que el caso amerita, los cuestionamientos educativos que motiven el cambio en el aspecto administrativo al interior de las escuelas primarias.
   ¿Corren algún riesgo los niños, cuando quedan sin la presencia del profesor?
   ¿Tuvo alguna responsabilidad el director, en la desgracia de Paco?
   ¿Puede invertirse la estrategia laboral del director, haciendo que él vaya a los grupos por la información?
   ¿Fue culpable del accidente la profesora Gabina?
   Y por último, ya que con supuestos y hubieras no se remedia el pasado, busquemos beneficio para el futuro con la última pregunta:
   ¿Pudo evitarse la tragedia; puede evitarse una tragedia?
   Cuando pienso en las situaciones de abandono, generadas desde el inicio del ciclo escolar por necesidades internas de la escuela (que no deseo enumerar), también pienso: ¿alguna vez se ha visto a la actividad administrativa como generadora de inseguridad para los niños?
   La orden tan repetida "pónganles cualquier cosa para que se entretengan y pasen a la dirección", es indicativa de que nunca se ha sospechado, siquiera, que invirtiendo los pasos de la investigación de datos, se pueden evitar desgracias tan lamentables como la que se describe en esta dramática historia.