Ya no soy campesino.
Pero... ¿cómo explicar que vengo de allá
donde anónimos viven aún
los hombres que con ruda voz
sembraron en mi corazón la milpa?
¿Cómo decir en la ciudad culta
que la faz rústica del paria,
se ilumina de felicidad
cuando empuña la coa
para abrir la madre tierra
donde siembra la esperanza?
El botánico no entiende
lo que es fuera de ciencia;
el hombre citadino sabe de la masa,
y piensa en dinero quien la vende,
pero ignoran los pechos que se inflaman
al mirar la semilla que germina.
Allá en la montaña milenaria
está la historia de la milpa.
Allá la vi abriendo su alborada,
buscando el cielo, su horizonte.
La tierna hoja embajadora de la vida
hizo huella en mi pecho campesino.
Qué orgullosa la caña estiraba;
¡cañejote allá en el campo!
Qué alegres se mecían hojas esmeraldas;
¡tazol allá en el campo!
Y luego espiga, corona de reina,
pregonera del jilote.
Así la vi.
La milpa siempre reina me dio su tierno elote.
Después, en vejez prematura,
vencida por tiempo incorruptible,
la chala humilló el cuerpo
repitiéndose ofrenda milagrosa.
Y pasados angustiosos meses,
desde que rústicos maestros
hicieran cama para el grano,
gloriosa llegaba la cosecha.
Arrale, desmonte, quema,
hacíanse recuerdos muy lejanos.
¡Cómo gritar que soy otro!
Que siendo hombre de campo
me nacen suspiros añorantes
y sufre desterrado el corazón
al oir de mi hacha canto repetido
cual mancuerna de mazorca semillera.
Allá en las montañas milenarias
donde aves jubilosas parloteaban
donde limo y brisa hermanaban,
asoma para el mundo diario sol.
Allá duermen los recuerdos...
del joven campesino que yo fui.
Trabajo dedicado a los esforzados campesinos
del mundo; en cualesquier aldea donde se
encuentren. Jueves 1 de marzo del 2012;
22:00
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