lunes, 22 de octubre de 2012

La cárcel

   En San Luis Potosí, el andador que inicia en la Plaza de Armas, tiene una distancia semejante a la que hay desde la catedral metropolitana al Hospicio Cabañas, en Guadalajara, Jalisco.
   Con esto se quiere decir a los amantes de la historia, que la distancia es mínima, para quien busque el monumento regional de la rebelión social, a la cual incitara Francisco I. Madero en su Plan de San Luis, en 1910.
   Después de hacer un alto en la esquina de referencia cardinal donde se ostenta el nombre de Agustín de Iturbide, y que lo mismo pudiera decir Hernán Cortés, Ignacio Elizondo que Félix María Calleja sin merecimiento alguno de los mexicanos, mi esposa y yo seguimos la ruta sur con decisión. El extremo opuesto del andador nos mostró una fachada carcelaria ya vista en fotografía.
   Delante de nosotros quedó al fin, la cárcel municipal donde Madero fue preso por "conato de rebelión y ultraje a las autoridades" y, donde según cuenta la historia regional, hizo el famoso Plan de San Luis, antes de escapar hacia los Estados Unidos. Los torreones que hay laterales a la puerta de entrada, y los muros de cantera labrada, hacen una fachada extraordinaria que llevan a pensar en un castillo. Y eso es realmente; un castillo especial para los opositores del régimen de Díaz. ¿Quién si no él, podía callar para siempre a unos enemigos con la muerte, y silenciar a otros con encierro o destierro?
   Ahí estaba pues, el monumento de la paz porfiriana, escondiendo su negra historia bajo el nuevo emblema social: Centro de las Artes de San Luis Potosí Centenario (CASLPC).
   Sin embargo, cien años atrás, el centro penitenciario fue emblemático de la política dictatorial. Inaugurado el 5 de mayo de 1890 como flamante centro carcelario moderno, dejó de ser tal hasta 1999. A la par, el también mal llamado Palacio de Lecumberri, abrió sus puertas a los opositores del dictador, el 29 de septiembre de 1900; las Islas Marías se convirtieron en colonia penitenciaria en 1905; y el Manicomio General de la Castañeda terminó siendo cárcel, después de los festejos centenarios de la Independencia.
   Al entrar al edificio los visitantes (20 personas), encontramos una explanada en hondonada que no hacía sospechar las tragedias humanas del pasado. Pero siguiendo la ruta al oriente, cruzamos otra puerta y doblamos hacia la derecha para desembocar en el temible "corredor de la muerte". Este corredor, limitado hacia la calle por una barda de 12 metros de altura, y por una pared al interior del mismo alto, hizo preguntar:
   -¿Por qué lo llaman así?
   "Bueno -respondió el guía-, la barda tiene un ancho de tres metros donde rondaban los guardias, y un cimiento de piedra y cemento con seis metros de profundidad; la otra pared es el techo de una sección de celdas. Arriba estaban los vigilantes con órdenes de tirar a matar a quien se dejara mirar en este despoblado sin autorización. Como ven, se trata de un lugar sin techo, son ocho metros de ancho, no hay puertas de escape ni nada que sirva de parapeto. El reo que llegaba a este sitio, moría por las balas que le llovían".
   Saliendo del corredor (casi acribillados), entramos a un lugar que resultó pintoresco e inapropiado. El escenario que descubrimos parecía plaza pública; había un jardín, tenía bancas, y una torre se alzaba como obelisco. El guía no esperó a que le preguntaran algo sobre el singular escenario.
   -Esa es la torre de control. Si observan bien, desde ahí se pueden vigilar todos los pasillos que resultan de las ocho secciones de celdas. En 1900, este conjunto de torre panóptica y secciones circundantes eran lo moderno en centros penitenciarios; México, gracias al general Porfirio Díaz, fue pionero en la aplicación de estas medidas carcelarias. Argentina, Colombia, Ecuador, España, Perú, Venezuela y Bolivia, también adoptaron este modelo de prisión, moderna en 1900. Diez años después de inaugurarse esta cárcel, se abrieron las puertas del Palacio de Lecumberri; ahí estuvo preso Francisco Villa y fueron asesinados en su parte posterior, el Presidente Francisco I. Madero y el Vicepresidente José María Pino Suárez.
   "Vengan" -dijo nuestro guía, arrancándonos de la meditación-. Nos llevó por un pasillo que permitía mirar las celdas de dos metros y medio de ancho y cinco de largo, donde el régimen porfirista confinaba de 10 a 20 reos. De pronto nos detuvo y dijo: "esta es la celda donde estuvo Francisco I. Madero; aquí hizo el Plan de San Luis". Era la celda número 4 que pudimos haber encontrado, si en lugar de doblar a la derecha para conocer el "corredor de la muerte", al llegar, hubiéramos seguido en línea recta rumbo a las celdas.

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