miércoles, 19 de diciembre de 2012

Aquellas Navidades

   Las mejores Navidades de mis viejos ya se fueron. Aquellos tiempos de limitaciones económicas, pero plenos de felicidad a la hora de rodear la mesa para consumir buñuelos calientitos, ciertamente ya se fueron.
   Los años de insatisfacciones cambiaron de ropaje; también, desgraciadamente, las reuniones aquellas en las que llenos de gozo, disfrutábamos lo que parecía una simple reunión de glotones en los días de festejo navideño.
   A cuarenta años de distancia, a cientos de kilómetros, con otras necesidades y con nuevas obligaciones, representando un papel para el que no hay escuela de perfeccionamiento, pienso: ¿El frío invierno y los achaques, disimularán que hay sillas vacías?
   ¿Pensarán mis viejos, que hay deudas que el tiempo cobra por equivocación?
   ¿Sabrán acaso que los hijos ausentes tienen deseos de abandonar las nuevas raíces, para paliar los males de su tiempo incierto?
   ¿Qué fuerza misteriosa hace que rían mis queridos viejos, ahora que los males los agobian, ahora que en las Navidades abundan las sillas vacías?
   Si es la ley de la vida, yo acuso al autor de insensible, de inhumano. Porque no basta saber que el ser querido nos recuerda; hace falta la demostración directa, del afecto filial que refuerza la creencia del nacimiento y la muerte de un Cristo que redime.
   Ahora que miles de pavos y miles de árboles mueren en tu honor, paradójicamente para conmemorar tu nacimiento, quizá te llegue este lamento, Señor de todos los tiempos, ahora que mi vida también empieza a declinar, y que ya vislumbro las sillas vacías de mi hogar y la risa enigmática de la vejez... Aquellas Navidades, ya se fueron.

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