domingo, 10 de febrero de 2013

Difícil enseñar la responsabilidad

  Hace muchos años, un profesor descubrió con asombro que una niña tenía para su gasto diario en la escuelita rural, $50.00; ¡cincuenta pesos!
  Haciendo cuentas y comparando la suerte, supo que la estudiante a su cargo recibía, con sólo estirar la mano y pedir... nada menos y nada más, la mitad de lo que era su propio salario como educador.
  Por boca de ella misma supo el mentor que su papá era "rico"; que tenía veinte hectáreas de tierra de riego y que sembraba dos veces al año. Su mamá, ella y cuatro hermanos mayores, no tenían de qué preocuparse. Inclusive esos hermanos, por saberse "ricos", ninguno había querido estudiar. ¿Para qué?
  -Yo misma, profesor -confesó la niña-, ¿para qué estudio; para qué me mortifico?
  Su inocencia, su ignorancia del mundo evolutivo, le hacía percibir un entorno estático.
  "¿Tus hermanos le ayudan a tu papá en la preparación de la tierra y en las cosechas?" -quiso saber el maestro.
  -Ay, profesor -respondió impaciente-, ¿no le estoy diciendo que somos ricos? Mi papá contrata gente (enumeró con los dedos), ordena que se haga lo que se tiene qué hacer, vigila; es patrón, profesor.
  Los compañeros del grupo escolar, treinta y cuatro que eran, escuchaban atentos la conversación y movían la cabeza de lado a lado, en clara señal de desaprobación. Uno de ellos no pudo evitar que su voz anunciara repentinamente lo que pensaba.
  -Ana... tienes que estudiar -dijo casi ordenando-. En la vida hay tiempo de estudiar, de trabajar y casarse, y también de hacerse viejo y descansar...
  "Claro -intervino el maestro para reforzar la idea-; Ernesto tiene razón. Durante la niñez los niños tienen que prepararse para la vida, estudiar; después, ya después, cuando llegue la necesidad de trabajar y sostener los gastos de una familia..."
  -Profesor, interrumpió Ana, ¿se le olvida que soy mujer?... a mí me van a mantener; no tengo necesidad de estudiar.
  Ignorando la necia convicción, respondió el maestro:
  "En tu casa son siete de familia; fíjate bien. Veinte hectáreas dan alimento, tranquilidad económica, tus hermanos no trabajan, la casa donde vives debe tener tres o cuatro piezas de material, tu papá debe andar en carro de modelo atrasado, a ti no te faltan los cincuenta pesos..."
  -Ay, profesor; ¿usted conoce mi casa? Nomás faltó que nombrara al perro.
  El maestro, ignorando el reconocimiento, terminó preguntando:
  "¿Alguna vez has pensado en lo que sucederá cuando no tengas papá y mamá?... mira: a cada uno de tus hermanos le quedarán cuatro hectáreas de tierra que no saben trabajar; tú, que ahora gastas cincuenta pesos diarios, ¿cuánto le vas a dar a tus hijos con lo que produzcan cuatro hectáreas? ¿Sabes lo que es la quinta parte?
  "Olvídate del carro viejo, de la casa. Una vez que en lugar de recibir tengas la obligación de dar, vas a mirar otra realidad y vas a lamentar los pensamientos equivocados; pero ya será tarde seguramente".
  Entrados en el mundo de las reflexiones, preguntemos:
  ¿Cuántos hijos se han equivocado, al considerar que los padres son bueyes o tractores que han de trabajar toda la vida para su beneficio?
  ¿Cuántos han pensado que las propiedades de los progenitores, resulven para siempre sus problemas económicos?
  Una cosa es muy cierta: contratando trabajadores, ordenando que otros hagan, y vigilando con aires de patrón, no se enseña la responsabilidad. Los hijos deben aprender desde niños y con mejor ejemplo, lo que cuesta ganar un peso, antes de gastar dos; nadar su propio río, para que disfruten sanamente cuando alguien les dé la mano.
  Pero los padres, ¡ah, los padres!, por tal de que no sufran les evitamos la fatiga, el esfuerzo personal; paradójicamente para estrellarlos en el castillo del fracaso y del dolor. ¡Qué difícil es, enseñar la responsabilidad con la sobreprotección!

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