martes, 12 de junio de 2012

Historia de la cueva

   Rosario Tesopaco, Sonora, el de 1973, era un apacible caserío lleno de gente amable y sin malicia. Tenía los brazos abiertos y francos para todos los visitantes. En la Presidencia Municipal despachaba el señor Tomás Peñúñuri, quien tenía en "Gilito" a un colaborador muy singular. Él, Gilito, venía a ser en aquel tiempo, "Intendente General" del Ayuntamiento; el cual sin piso suficiente para el trapeador (tres pequeñas piezas eran las oficinas), ni tierra que cubriera las expectativas para la escoba, llenaba la jornada laboral haciendo la función de mandadero ("traidor").
   En el correo estaba como oficial "El Chino" Hernando Lavandera, hermano de Gilito ("nepotismo de provincia"). Allá abajo, camino a Cedros, vivía don Encarnación Amaya, Comisariado Ejidal. Así las cosas, mientras que el señor Peñúñuri representaba al municipio, don Chon estaba al frente de los ejidatarios.
   En la escuela primaria "Josefa Ortiz de Domínguez", que en aquel tiempo y circunstancias era del estado, el profesor José María Flores estaba a cargo de la dirección. Bajo su mando estaban las profesoras Dolores Valle Arenas "Lolita", María Rita Valle Contreras, María Luisa Coronado Salazar, su esposa Rafaela Gámez y la mismísima primera dama del municipio, profesora Virginia Peñúñuri, a quien de cariño le decían "Quina".
   Fue en ese 1973, cuando a final de año llegaron unos maestros a Tesopaco. Nada parecía indicar el bullicio que armarían. Llegaron con el proyecto de formar una escuela de artes y oficios, por lo que el señor Peñúñuri, interesado, buscó alojamiento para el personal y espacios para que impartieran sus clases. Dicho sea para la precisión, que noviembre y diciembre de 1973, se fueron en preparativos. Se levantó el censo poblacional, se adaptaron aulas, se realizó la inscripción, y todo quedó listo para arrancar con los trabajos en los primeros días hábiles de 1974.
   Para lo que fue como un pase de tanteo, los seis meses que transcurrieron desde enero a junio de ese 1974, sirvió para que la gente confirmara la ocupación del personal federal que había albergado. Y esto abrió camino a la confianza de toda la población. Por eso, hasta la oficina de la Misión Cultural Rural No.127, llegó un día la noticia de que en la orilla del pueblo, allá en la salida hacia el ejido La Estrella, había una cueva donde vivían unas gentes.
   Aunque las familias rosarenses conocían el caso desde siempre, y las autoridades y la iglesia también, nadie mostraba iniciativa para resolver o mitigar por lo menos, las dificultades de dichos vecinos. Este hecho motivó que se informara al Supervisor la situación, a la vez que alumnos y profesores de la Misión se daban a la tarea de visitar y conocer más de cerca el caso, con el fin de concientizarse y apoyar a los hermanos en desgracia.
   Con esto, lo que había sido el secreto íntimo de la población, llegó a los oídos y al corazón de la comunidad. En la iglesia se abogó por ellos; en la escuela también; el señor Peñúñuri como autoridad municipal y el señor Amaya en calidad de Comisariado Ejidal; el uno y el otro se mostraron dispuestos a colaborar tan pronto como la Misión presentara un proyecto. Y se hizo.
   Un día primaveral, la gente se dio cita en un lugar cercano a la bomba de agua potable, el que está por el lado norte, yendo por la calle que nace en la casa de don Jorge Valenzuela, hasta llegar al pie del cerro; y no fueron a ver solamente.
   En ese lugar se mostró el plano de una casa, que presuntamente se levantaría para resolver el problema de vivienda que tenían cuatro familias. Ese sería el primer conjunto habitacional propiamente hecho, para beneficio de familias desamparadas.
   El solar tenía medidas normales, 15X20, pero la construcción quedaría en una esquina, y era un rectángulo de ocho metros de ancho por diez de largo. Quedarían dos piezas de cinco por cinco hacia la calle, y un corredor de tres por diez adentro, en donde fácilmente quedarían dos cocinas, o una cocina y un cuarto para dormir.
   Pero bueno, el uso no es el caso. Lo que sí importa, es que la obra era para resolver el problema de un anciano y su mujer, y el de tres hijos de este matrimonio, con sus propias mujeres. La gente se apareció con adobes, madera, agua de sabor y sodas para todos los que voluntariamente ponían su esfuerzo en la excavación de la zanja para los cimientos. Otros ayudaban en la batida de la mezcla que servía para pegar los adobes, ayudaban recortando barrotes o tablas, o bien, los que menos se ensuciaban las manos, organizaban las tareas o amenizaban la reunión con su participación artística. Tal fue el caso del profesor Ceferino Corrales Romero, Supervisor de la Misión Cultural que felicitaba a las autoridades por tan buena disposición para levantar una obra de beneficio social.
   No tenía buena voz el profesor, pero lo que no se le dio en aplausos, lo superó en risas y recomendaciones para que "por favor" no siguiera echando tan malos gorgoritos; todo en buena y santa armonía.
   De estos hechos hubo muchas fotografías, pero la mayoría fueron enviadas a Hermosillo. El Presidente Municipal posó para la cámara, don Encarnación Amaya, el Supervisor, los voluntarios que movieron adobes, los alumnos y las gentes que dieron agua fresca. Durante la construcción de la casa, se dieron muchas visitas a la cueva por parte de aquellos que aún tenían duda en cuanto a la afirmación de que ahí vivían cuatro familias. Y el desengaño les arrancó un "ta cañón" que en la voz coloquial y orgullosa del pueblo, ni se escuchó tan mal en los oídos; esa palabreja que pudo ser altisonante y ofensiva en otras circunstancias, fue un mero reconocimiento para quienes combatían la injusticia social, arrancando sonrisas forzadas.
   Ese era el Rosario Tesopaco de 1975, el que sabía reconocer la voz de un líder y las necesidades extremas de otros; el que se divertía sanamente y se dejaba pasear en sus calles, en cualquier hora del día o en plena madrugada, bajo la pesada carga de un cartón de cerveza.
   No era preciso llevar en la bolsa de la camisa la credencial de elector, o referencias especiales para ser tratado como gente o influyente; era sin duda, un pueblo de gente amable que abría los brazos francos a todos los visitantes. Que sea esto, un recuerdo bello y de honor, para todos los hijos de Rosario Tesopaco.

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