lunes, 25 de junio de 2012

Hola, campeón...

(Reclamo silencioso para un alcohólico).
   Hola campeón... ¡Al fin te coronaste absurdo! Pero dime, ¡dime!, ¿de qué sirve que seas congruente con la vida en el último instante y que podamos echar la platicada como gente de razón cuando ya te quedaste sordo?
   Te veo y ya sé que miro cincuenta años de barbaridades; de estupideces. En mala hora te entiendo. Al verte echando tamaña siesta, ya sé porqué y también para dónde vas; ¡ya eres lógico, predecible!
   Al mirarte así, en estas malas circunstancias, indiferente al café y a las galletas, y sin fastidiar a la concurrencia en este momento tan especial, te reconozco principalmente la sensatez que nunca tuviste, y que ahora de nada sirve.
   ¿Recuerdas cuando desparramaste el mitote de que yo te hice borracho? Le contaste a tus parientes que yo te brindé las primeras cervezas, y que una vez que supiste cómo lavarte los riñones y que saboreaste la bendita taranta, te hiciste borracho por mi culpa. ¡Vaya angelito!
   ¿Por qué no les dijiste de aquella larga temporada en que sacaste fiados los cigarros, a nombre de tu papá? Eso fue antes, ¿qué no?; por lo menos tres años antes de que te empinaras la primera botella. ¿Me vas a decir entonces, que Marino el de la tienda te enseñó a fumar? ¡Ya traías el gusanito de los vicios, campeón!
   No creas que se me olvida cuando sonsacaste a Felipón para llevártelo a vender chicles por toda la calle "Cahuila"... ¿te acuerdas o no te acuerdas? Yo me quedé cuidando las mochilas allá en la escuela, mientras ustedes se iban a mirar viejas vichis, con el pretexto de venderles chicles. ¿No dices nada? ¿No te da la gana recordar, porque todavía te duele la santa cueriza que te acomodaron?
   Eso te pasó en Tijuana, cuando apenas estabas en cuarto año de primaria... ¿ya te acordaste?
   A las tantas y tantas, tú y Felipón llegaron al antro que no te convenía; y por mirar para donde no debías, ahí estuviste a muele y muele: "chicles, patrón; chicles". Con poquito que hubieras puesto atención a lo que andabas haciendo, no te pasa lo que te pasó. Pero tanto estuviste a dale y dale con tu "chicles, patrón", moviendo el hombro del doñito que resultó ser tu papá, hasta que lograste que volviera la cabeza y te mirara.
   ¿A quién se le ocurre, campeón, dime, a quién se le ocurre ofrecerle chicles al papá cuando está tirando una cana? ¿Acaso no viste el mujerón que tenía en las piernas?
   No... y de otra tarugada que nunca platicaste, fue de aquella que te pintó de "hueva": caminaste a los siete años de edad; si todavía te imagino caminando sentado, jalándote con los pies para avanzar... y cuando hacías tus necesidades, dejabas un camino de moscas negras, que servía para localizarte.
   ¡Ah, que campeón! Precisamente por no querer caminar a tiempo, tu papá te arrimó la primera tunda que necesitabas. Nomás tres cintarazos te dio. Y quién lo había de sospechar; después de que nomás "agú" decías para pedir lo que se te ocurría, yo te oí gritar: "¡Ya no, papacito; ya no!" Con tres milagrosos fuetazos aprendiste a caminar, y también a pedir clemencia.
   En cuanto recibiste la lección, te vi patalear y pegar la carrera, sobándote las nalgas con desesperación. Si parecía que te daban cuerda: pataleabas primero, después corrías, te detenías, te sobabas... y repetías lo mismo en cada trecho, haciendo sonreír a tus viejos.
   Lo que te quiero decir con todo esto, es que ya venías torcido desde el nacimiento; mañoso pues, con rumbo equivocado.
   Te mandaron a estudiar para que fueras profesionista, ¿te acuerdas? Pero un día que te visitaron tus viejos, hallaron el cuarto lleno de envases vacíos, y más apestoso que la última cantina donde fuiste cliente malo.
   Mucho tiempo después, cuando ya eras pasado de cosecha, te consiguieron una novia urgida de marido... ¿recuerdas que también era de modelo descontinuado? ¡Ella pagó todo, caramba!; su vestido de novia, tu traje, el casino y la música, la comida y la cerveza; y todavía te regaló aquellos cigarros que tanto te gustaban, para que espantaras el nerviosismo. ¿Para qué, campeón, dime para qué? ¡No la usaste! ¡Ni en la noche de bodas ni después!
   El día que fui a visitarte, miré cómo volaban los trapos de ella para la calle; porque la corriste de la casa. Fui testigo, campeón; ni un calzón te guardaste como recuerdo.
   Pobre zonza, pagó tanto por la boda, porque quería que le dieras para "sus chicles", ¿y tú qué hiciste? Preferiste las botellas de alcohol que yo nunca te ofrecí. Y digo, si tu mujer pagó tanto para que te acostaras con ella y la desairaste, dime campeón, ¿cómo es entonces, que pediste un préstamo para guardarlo en la tanga de una cantinera, si no te gustaba el "chaca, chaca"? ¿Qué caso tenía que pagaras por mirar?
   Yo lo supe luego. En cada tanda que dejaba para ti y tus coleros, le ponías un billete de doscientos pesos, por dentro del minúsculo calzón.
   De esa borrachera ya no te levantaste. Perdiste el trabajo, te dejó tu mujer, te fuiste a la calle, y tu familia te ayudó con la comida, y con ropa; y tú seguiste a lo bruto el camino equivocado.
   Un pantalón de mezclilla, lo cambiaste por una "caguama" y por un pantalón verde mayate que te quedó pintado, como traje de luces en el torero. No lo niegues, campeón; abajito de las rodillas te quedaron las mangas, y a pesar de que ya estabas más flaco que un carrizo, ¡te quedó apretado!
   Una hermana te dio una bolsa de rastrillos desechables... pobre tonta; fueron los mismos que cambiaste por lo que era tu vicio. Te prestaron una casa, ¿te acuerdas? Desapareciste el ropero, la estufa, y las puertas, y las ventanas.
   De ahí te fuiste a la casa de otro hermano, y por poco se la quemas con la colilla que tiraste debajo de un sillón. Pero lo peor, y eso lo digo yo, es que haciendo tantos años de no conocer el agua ni de oídas, fuiste a meter tus manotas en las cazuelas y en las ollas de los alimentos. Por eso te corrió tu cuñada, campeón; eras un riesgo para la salud de la familia. ¿Qué pensabas?
   Ahora estás aquí, quieto, mansito, formal; finalmente lógico y predecible. Y es hasta ahora que pienso, que todos tenemos una misión en este mundo. Pero dime, campeón; tú que fuiste redondo, que nunca tuviste lado bueno ni entendederas, ¿cuál sería tu misión?
   Hubo un tonto pitoniso, gringo por cierto, que predijo el fin del mundo para el 21 de mayo del sexto año impar de este milenio; que porque "dos y dos son cuatro, y cuatro y dos son seis"... y mira nomás, apenas tú te pusiste de pechito para acabar con tu mundo.
   Yo sé que andabas como araña fumigada; como siempre, en el restaurante donde te vieron por última vez; borracho pues. Pero los mismos informantes aseguraron que no tiraste las sillas ni las mesas, mientras pedías un taco por caridad. Entonces, campeón, ¿cómo te caíste en lo parejo donde dicen que caíste? ¿Cómo fuiste a quedar adentro del agua y no en la orilla, cuando ni gordo eras para rodar? Y si moriste ahogado, ¿cómo es que flotaste y que tus pulmones no tenían agua?
   No creas, campeón, hasta muerto revolviste el mundo y te llevaste entre las patas a tu familia. Aquí entre nos... no querían entregarles tu cuerpo, porque no te curaron. Pero, ¿recuerdas a cuántos hermanos amenazaste de muerte si te metían a un centro de rehabilitación?
   La última tarugada que salió en tu nombre, la dijo un hombre de la ley que no quiso investigar tu caso. Imagínate, en rueda de prensa dijo: "ya lo habían visto bañándose en la madrugada".
   ¿Tú le creerías? Tú que siempre fuiste alérgico al agua, ¿le creerías a este hombre de poca ley?... Descansa en paz, campeón; ¿qué más te puedo decir? Tú solo decidiste mandar tu vida al carajo; y ya estás en donde querías... adiós campeón, adiós.

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