Vejez... ¡ah, la vejez!
Sala de recuerdos,
museo viviente de hombres carcomidos por el tiempo.
Espacio del copretérito.
Lugar de videntes que al conjuro del "yo podía",
lentamente se consumen como el cigarrillo
que los entretiene,
mientras catan el sabor y la espuma del café.
Vejez... ¡hermosa vejez!
Vitrina de los dinosaurios;
de afortunados que recibieron mil oportunidades;
entre ellas, conocer el amor candente
que provoca la mujer en primavera,
y el afecto platónico de la musa
cuyo molde sirvió para forjar una familia.
¡Cuántos quisieran vivir en la antesala
de la ancianidad!
¡Vejez! ¡Vejez! Reducto de los vicios dormidos.
Volcán de pasiones que anuncia en fumarolas
la energía que se extingue.
La presencia del achaque,
retracta la intención de cumplir en el amor
con instinto de brioso corcel.
Sin la energía suficiente,
el ímpetu se bate en retirada
al compás del corazón desfalleciente.
¡Ah, la vejez! ¡Quién soñara en tu regazo!
Hacer antología de los buenos tiempos.
Reír acaso de los desengaños amorosos,
o sentir en la frente el tierno beso
del nieto guardián en la historia del abuelo.
¡Ah, la vejez! ¡Tan hermosa y temida a la vez!
Sept. 25 del 2003; 6:00 A.M.
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