Una casa puede ser un hogar,
remanso de armonía
y nido del amor;
pero también una prisión
o el mismo infierno
cuando mueren los afectos.
De tamaño descomunal y lujosa,
puede tener coches deportivos
de último modelo;
también atesorar en cada rincón
los avances de la tecnología
y repetir en cada pared
ecos de ausencia humana.
Una casa puede ser la choza humilde
donde moran inclementes
el hambre, las penas, la miseria;
pero también refugio de almas
que sueñan futuro promisorio
en castillo de grotescos muros.
Una casa, una casa...
puede ser un edificio frío,
vacío, sin bullicio, olvidado;
pero también el techo amable
de una familia feliz.
En ella caben tristeza y alegría,
los sueños, la indolencia,
también el odio que reduce espacios
y el amor, ¡claro!, el amor
que todo lo hace grande... y bello,
¡El amor como herencia de Dios!
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