sábado, 4 de febrero de 2012

El retorno

   Hoy regresó mi hijo. Vino a pasar las vacaciones escolares en casa, una vez más. Pobrecillo, me digo, cómo le llega fuerte la nostalgia todavía. Hace tanto tiempo que la necesidad de estudiar lo hizo partir.
   "¿Qué se hizo el árbol donde subíamos mis hermanos y yo?" -pregunta-.
   -Lo cortaron -le respondo-. Lo cortaron porque estaba levantando la banqueta con las raíces.
   "Y la tiendita que estaba en la esquina, ¿qué se hizo?, ¿y el baldío donde jugábamos mis amigos y yo?, ¿y el señor de los tacos?"
   En las últimas venidas, eso es lo que ha preguntado. Ve clara la transformación del mundo que vio en su niñez.
   Yo lo miro salir, ir deliberadamente en busca de las amistades, y volver pronto con gran desilusión. "En días pasados aquí anduvieron", le digo.
   Por fin se pone en paz, mira su entorno hogareño, se busca en las fotografías que detienen su infancia, y suspira.
   No tengo palabras ni ánimo para interpretar su sentimiento; pero veo bien que la nostalgia lo consume. Pienso en el futuro. En que llega el día de su partida y se va, dejando una vez más vacía la silla del comedor. Lo miro levantando la mano para despedirse, pero amenazando al mismo tiempo, sin que lo sepa, no volver.
   Quisiera contarle que más adelante pensará en los edificios principales de la ciudad, en el parque, en las fiestas regionales, pero no en el árbol de su niñez ni en la tienda del vecino; ni siquiera en el baldío donde pasó su más tierna infancia. Esa es la siguiente etapa, quisiera decirle; pero no tengo valor.
   En ese futuro inmediato que pienso, veo clara la siguiente parte de su vida.
   Cuando pase el tiempo, mirará a través de los alimentos y de la ropa de temporada. Sí; aunque parezca increible. Recordará el sabor de una comida, de un dulce regional, el calor de una prenda representativa de su estado natal, cuando esa nostalgia que ahora lo trastorna, se diluya en los años de la vejez.
   No puedo adelantarle lo que pienso y lo que siento; no puedo. No tengo valor para decirle, que en la vejez todo se vuelve suspiros... y lamentos.
   En ella hay fotografías amarillas, que son el espíritu de las personas amadas; anécdotas que arrancan sonrisas tristes; edificios derruidos que dejaron escapar el eco de pasadas alegrías. No, no tengo valor para adelantar esas cosas del destino.
   En este su retorno, sólo quiero saber que regresó; aunque luego sufra por su inevitable partida.

2 comentarios:

  1. Muy bonito, realmente representa el sentimiento de todo padre al ver partir a su hijo o hija cuando la necesidad de crecer como persona y profesionista lo lleva lejos del hogar, pero lo más importante es que siempre lleven dentro los recuerdos y valores que se les inculca en el hogar...

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  2. Cuanto parentesto de esta linda anecdota el retorno.... siento tanta nostalgia al pensar que en este lugar de hijo alguna vez estuve o estoy.... muchas gracias por su relato es tan verdadero y lleno de mensaje .... debe ser un padre ejemplar.... gracias por compartir su relato......

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