domingo, 5 de febrero de 2012

Una lágrima

   El director se jubiló. Por primera vez los alumnos y los profesores del plantel, supieron que su voz podía quebrarse víctima de la emoción, como cuando los maestros tenían algún problema grave o los estudiantes reprendidos debían justificar la mala acción cometida.
   Para decir adiós a quienes lo acompañaron en los últimos años de servicio, buscó en la lejanía el motivo que ahuyentara su deseo de llorar, pero no lo encontró. Cuando se dio por vencido, pretendió mirar de frente al público con la seriedad que en otro tiempo había impuesto respeto y temor, pero encontró miradas expectantes; ojos que, atraídos en un solo punto, tenían la virtud de fulminarlo, desaparecerlo, de achicar su figura y su carácter.
   Trató de decir adiós y no pudo; quiso pedir perdón, sólo perdón, y la voz se negó a salir; buscó el apoyo de las manos para decir espérenme un poquito, para solicitar el vaso de agua que necesitaba, pero, prendidas al micrófono, se negaron a obedecer; las dos le temblaban al ritmo del corazón alocado.
   Fue necesario que moviera la cabeza de izquierda a derecha en su desesperación; de la derecha a la izquierda, para deshacer el nudo que le impedía hablar. Entonces, el malestar que se eternizaba, arrancó un aplauso estruendoso y el ruido de las palmas hizo que aflorara una lágrima; y esa lágrima, como la energía que huye, estuvo a punto de hacer que el director, en otra hora fuerte, diera en el piso.
   Una maestra alcanzó a tomar el micrófono y se quedó esperando que alguien más tranquilo, tratara de expresar las palabras de despedida que el director no había podido manifestar. El resto del personal comenzó a señalarla con el índice, como diciendo "tú, compañera; tú".
   Por fin la maestra habló, y dijo:
   "Esa lágrima que vimos, dice más que mil palabras. Hay en ella sentimientos encontrados. Está presente la alegría del hombre que tiene la vista fija, en el camino que lo llevará hasta su familia. Por otro lado, esa lágrima también es de dolor; y ese dolor se justifica, porque ahora deja una familia que lo acompañó durante los treinta años que le dan el derecho a la jubilación.
   "Si un día lo vimos serio, fue porque la gravedad de los problemas exigía concentración; si un día lo vimos triste, debió ser por la preocupación que ocasionan los niños que no estudian, que abandonan la escuela para seguir el camino equivocado. Hoy no está serio nuestro director, hoy no está triste; esa lágrima es de alegría... y dolor profundo.
   "Hace 30 años, dejó una familia para cumplir un deber hacia ésta que forman los niños que buscan un mejor futuro en los libros; hoy regresará por el camino que lo trajo. ¿Hallará vivos a sus padres?, ¿a sus hermanos?
   "En treinta años también los hijos crecen; tal vez por no haberlos acompañado cuando cumplieron años y cuando se enfermaron, lo reciban con la indiferencia que gana el desconocido... esa lágrima que vimos tiene historia; es alegría, incertidumbre, dolor. Nuestro aplauso puede ser el pago amoroso por la siembra que el profesor hizo en 30 años..."
   Un aplauso más fuerte que el primero, interrumpió a la maestra. El director inclinó la cabeza para esconder una nueva lágrima. No hubo más palabras; nadie más habló. Mientras los alumnos pasaron de uno en uno a despedir al profesor, las palmas arreciaron su castigo, en una sincera expresión de alegría, motivada en el adiós. (D.C.S.)

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