martes, 24 de abril de 2012

Está cañón...

   Mi nieto dice que estoy viejo, que soy antiguo y que no tengo porqué aconsejarle sobre las cosas que suceden en este tiempo.
   Y yo quisiera, valiéndome de argucias y oportunidades, decirle que gracias a Dios y a las buenas costumbres soy viejo, y que quiera o no, cada generación es moderna en su tiempo.
   Hay virtudes también como el amor... que vale siquiera para uno mismo y por la vida, que no caducan.
   No sé... tal vez por medio de una carta que lleve mi sentimiento y preocupación; o cuando esté dormido, para que escuche mis lamentos como una oración, quisiera compartirle sin rodeos lo que viví cuando tenía su edad.
   Cuando yo fui joven -quisiera decirle-, estudié eso que llaman escuela primaria, cuando era común llegar sólo a segundo año; y todavía, ¡imagínate hijo, mi hambre de saber...! Aprendí a escribir en máquina, en esa época en que usar la Olivetti hacía sentirse astronauta. Es que no todos los jóvenes tenían máquina y sabían usarla.
   Poner hojas, cambiar la cinta, usar letras mayúsculas y signos de puntuación, mover el rodillo para dar espacio y sangría, todo eso era lo máximo. Mi padre, que fue quien la compró, se quedaba con la boca abierta cuando yo escribía.
   Ahora que tú tienes 'compu' y que miro cómo te desempeñas, me siento igual de orgulloso que mi padre. Ya lo sé, hasta con una carrera corta, los estudiantes de ahora me hacen sentir ignorante; pero eso no es lo que me preocupa, hijo, sino la cuestión moral que puede perjudicarte.
   En mi tiempo de soltero, hubo un hombre que presumía la capacidad de su mujer para besar. Se sentía privilegiado frente a los que no conocíamos los efectos de la pasión; y orgullosamente nos alborotaba la envidia. Pero a tanto y tanto picar la cresta, no faltaba quien lo callara con cinco palabras: "Pues yo como santo Tomás". Y con ese bozal cerraba la boca y se perdía.
   Pero como la felicidad no se puede esconder, volvía a las andadas.
   -¡Qué bonito besa mi mujer! -repetía.
   Hasta que después de tanto cacarear aquí y allá, encontró a un vecino que lo aplacó.
   -Oye, le preguntó: ¿nació enseñada tu mujer, o sabes la cantidad de babas que saboreó para hacerte hablador?
   Ay, hijo. Antes decíamos "tengo novia", y con eso espantábamos a la competencia. Luego que decíamos quién era, así pasaba. Y si una muchacha decía "tengo novio", también lo hacía para que no le comieran el mandado. Qué diferente es ahora. Si tú dices "tengo una amiga", hasta el mejor amigo te pide un condón para ir a platicar con ella. Tantito abres la boca, y parece que riegas miel para espantar a las abejas.
   Lo malo, hijo, es que ya en el matrimonio te asalten los escrúpulos y llegues a sospechar: en la habilidad para hacer el amor, se hacen presentes los amigos que tuvo la mujer. Si un día llegaras a presumir la experiencia amatoria de la esposa que te toque, ¿cuántos amigos te dirían "yo la enseñé"?
   Pero eso es lo menos que te puede suceder. Esto que yo quiero decirte, tiene que ser antes de que seas víctima de la promiscuidad, antes de que una enfermedad sexual te castre o te quite la vida.
   ¿Soy antiguo? ¡Sí; soy antiguo como todos los abuelos! Por eso miro claramente que un condón no te da seguridad. Cuando alguien te lo ofrece, te da una invitación para que vayas al mundo libertino, para que pierdas el respeto que merecen las buenas tradiciones.
   Dame una oportunidad, hijo; ¡sólo una!, para decirte esto que pienso. Y si notas la diferencia entre las novias de ayer y las "amigas" de ahora, si te convence la necedad de este viejo anticuado y me dices... "está cañón", prometo ya no molestarte.
   ¿Sabes que tú y tus amigos van en el mismo barco de esta confundida sociedad?
   ¿Sabes también, que las personas que se salvan cuando un barco se hunde, es porque reciben ayuda de los marineros que van en una embarcación mejor equipada?
   ¡Cuántas cosas tengo que decirte!

NOTA: Este cuento fue leído por primera vez, el 24 de abril de 2012 en el Tecmilenio de Cd. Obregón, en el XIX aniversario de APALBA.

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