viernes, 20 de abril de 2012

Tiempo musical

   El sábado 29 de enero del 2005, por fin pude visitar al señor Miguel Alcalá Herrera, quien ha sido conocido por los vecinos de El Venado, Nayarit, como "Tumbatejas". Al verlo, sé que estoy ante un afortunado de la vida pero también, delante de un hombre de trabajo. Cierto, oficialmente es un anciano, tiene 83 años, pero sus sentidos están como en sus mejores tiempos. Hace dos años fue operado del corazón en un hospital de Estados Unidos, pero su voz y su mirada corresponden a la persona activa y sana que conocí allá por 1968, cuando me integré por espacio de tres años al mariachi "Los piteros" que él representaba. De hecho el grupo no tenía nombre, y ni falta que hacía, todo mundo sabía quienes eran los integrantes y la música que tocaban; no en balde se habían organizado en el año de 1940.
   ¿Quiénes fueron los primeros integrantes del mariachi?, es la primera pregunta que se me ocurre. Él avienta la mirada al infinito, como queriendo ver en el vacío los rostros amigos de la aventura musical y comienza a mover los dedos de las manos; yo, libreta y pluma en mano, sigo todos sus movimientos. Su esposa Elena Delgadillo y su hija "Micha" también lo observan.
   "Mira... -dice por fin-; los primeritos, primeritos, fuimos seis. Me acuerdo que estaban Nicolás Muñoz, el "Borrego"; mi compadre Beto Cibrián; Tomás Firmas el que se casó con Chayo Fernández; Fulgencio "El Pullas", que según dicen era hijo de Filomena; Cuco Fernández, que venía de La Puerta de Platanares, y yo, Miguel Alcalá. Después fueron desfilando muchos, hasta que por... más o menos en 1976, el negocio quedó en la familia y metimos tarola, tololoche y acordeón.
   -¿Y de esos que fueron desfilando, ¿de quiénes te acuerdas?
   -Ah, bueno; 'ora lo verás. Con nosotros llegó a tocar Pilo Luna, que venía de Peñas; Víctor Muñoz, que venía desde El Zopilote; Enedino, él era de Santa Fe; también nos ayudaba "Golondrino", pero él venía de Tierra Generosa, un pueblito que está cerca de Acaponeta; y los hermanos Cildo, Nico y Luis Gala, que eran de Paso Real del Bejuco.
   -Oye Miguel, yo sé que hubo muchos clientes; pero te haz de acordar de los principales, ¿quiénes fueron?
   -Mira... en Rosamorada teníamos a Ramón Rosas que nunca nos fallaba; siempre que se le ofrecía, nos hablaba. Indalecio González y Emerio Salas, eran clientes buenos de San Pedro Ixcatán; había otro de ahí mismo, pero ese, ya que se pasaba un poquito se ponía "gorila". Una vez, en lugar de pagarnos sacó el cuchillo y dio en seguirnos; pero después que se le pasó la borrachera, nos pagó y se olvidó del arranque; ese era Juan "Carero". En San Juan Corapan teníamos otro cliente muy bueno; era el cora Sabás, un hombre muy trabajador. Cada tercer día le entregaba como quince cargas de plátano macho a Pancho "Pipas" y, claro, a veces se daba el gusto de pasearse hasta que gastaba el último peso. Aquí en El Venado teníamos dos: ellos eran Manuel Guerra y Severo Salas.
   -Y en esas paseadas, cuando la música era para estar contentos, ¿cuáles canciones pedían los clientes?
   -Fueron muchas, vale; pero las que nuca dejaban de pedir... "La iguana", "El Tarachi", "El troquero", "Zopilote remojado" y el son "La culebra".
   Después de esa respuesta, hay un breve espacio en el que interviene la familia, recordando el cambio del medio ambiente y las consecuencias sociales. Vino a colación la fuga de cianuro en la mina de El Zopilote que, en 1987 envenenó la fauna acuática del río, dejando para siempre un canal de agua muerta como herencia de los vecinos ribereños. También se acordaron de lo sucedido tres o cuatro años después en un aserradero de la sierra. "Una lluvia inusual -comentaron- provocó una fuga de trementina que escurrió hasta el río, ocasionando la coloración del agua y la muerte de muchos peces que, desde el entronque del arroyo Tenamache hacia arriba, todavía existían". Desde luego, no recordaron alguna sanción para los responsables, como había sucedido con lo de la mina.
   -Una pregunta, Miguel; anécdotas, ¿recuerdas alguna de las tantas que el mariachi pudo tener?
   -Bueno, una vez que fuimos a Yago, un cliente nos recibió de mal pelo. "Hijos de su... ¡Qué feos están, cabrones!" Y yo le contesté: pero si nadie se quiere casar con usted, mi amigo. No me contestó, se quedó mirando a Nicolás que era el último de la fila, y soltó una carcajada. "¡Y mira este! Hasta parece comejenera". Y no era que fuéramos espantos; Nicolás tenía huella de viruela, pero no era para tanto.
   El señor Miguel Alcalá Herrera trabajó en su juventud como trompetista en la banda de Cruz Lizárraga y, al establecerse en El Venado, se casó con Elena Delgadillo, hija de don Lucio; este don Lucio era hermano de Lucía Delgadillo, la que fue mamá de Benito "Cachuni" viejo. A este "Cachuni" se le recuerda, porque un dieciséis de septiembre jugó carreras con don Cornelio, quien dicen que dijo: "los dos tenemos panza de albañil... estamos parejos; pero vamos corriendo descalzos". Los dos fueron albañiles, es muy cierto; tenían panza como de embarazo de nueve meses, también es cierto; y que eran amigos de parranda, todo el pueblo lo sabía. Así que la carrera de doscientos metros en día de fiesta, fue una novedad que dejó gratos recuerdos.
   Don Cornelio fue marido de Susana y yerno de Lutarca Muñoz. A su vez, Lutarca fue hija de doña Pachita Vidal, la que llegó junto con don Efigenio Barajas, su último marido, más allá de los cien años de edad... pero volvamos al tema.
   La gente de El Venado asegura, que lo de "Tumbatejas" le vino porque pitaba fuerte. Otros dicen que pitaba feo. Lo cierto es que siendo el ejido de reducido y tranquilo caserío, cualquier trompetista podía despertar al pueblo en la madrugada. Tampoco hay testimonios de la caída de las tejas; lo único que queda como verdad, es que al señor Alcalá lo conocen desde siempre como "Tumbatejas" y al mariachi como "Los Piteros". Más todavía. El principal recuerdo anecdótico es de don Miguel; se daba natural cuando se quitaba la corneta de la boca; porque teniendo el instrumento en una mano, y el pañuelo rojo tan de él en la otra, al tiempo que se subía los pantalones con los codos, preguntaba: ¿cuál me eco? Los posibles clientes sonreían. Ante tal señal y tamaña pregunta, no faltaba quien se defendiera diciendo:"¡Échate a mi compadre¡"
   ¿Qué música era la que divertía a los viejos parroquianos? Aquí recordamos unos fragmentos.
  
   La iguana.
¡Que iguana tan fea...!    ¡Ea!
¡Que se sube al palo...!  ¡Ea!
¡Y se sarandea...!          ¡Ea!
¡Pone su huevito...!        ¡Ea!
¡Y luego se apea!          ¡Fea, fea, fea!
Iguana fea ¿para dónde vas?
Voy para el puerto de San Nicolás...

   El Tarachi.
El tarachi es muy activo / sabe la seca y la meca
en su casa no le falta / la carne ni la manteca
upa... upa... upa, upa y upa.

Upa me decía mi nana / cuando le robé el tabaco
no a todos les está el puro / ni a los ancianos el saco
upa... upa... upa, upa y upa.

   El troquero.
Soy troquero me gusta ser borracho
soy parrandero y me gusta enamorar
gano dinero pa' gastar con mis amigos
en la cantina no me gusta panterear.

Sirvan las otras de cerveza, yo las pago
y que me toquen "Los Piteros" mi canción
por Dios santito que pa' mí la pulpa es pecho
es lo que me hace que me duela el corazón.

   Con el fin de aquilatar el ambiente musical de 1970, tiempo en que los "Piteros" estaban por tocar las notas finales como organización de mariachi, es necesario recordar a Toño Sanabia, quien tenía su conjunto norteño en El Venado. En Ruiz había una banda en donde tocaba Chinto, el que daba bola en el Jardín de Las Madres; apoyado por el sindicato de los filarmónicos, don Severo Medina y Pánuco armaban su mariachi; estaba también el trío de los hermanos Barbosa, (reconocidos por la calidad de su música romántica) y el mariachi de Pancho Castellón que, con su clarinete hacía recordar a Román Palomar; y por si esto fuera poco, en la música moderna estaba La Explosión. En estas alturas del tiempo, Cildo Gala, Juan 'Perros' Galindo, Merced, Manuel Ocampo y el "Güilo" como integrantes del mariachi de Castellón, de pronto se escontraban a Los Piteros por la calle México, de Ruiz; y si ellos y los Barbosa eran de la huipa, la banda era de cantina o de fiestas familiares, igual de 'talones' pues. Por otra parte, en los casinos que por ese 1970 comenzaban a desbancar a los espacios abiertos de los bailes populares, se dejaba escuchar La Explosión. Ahí tocaban Miguel Salazar, el 'Cuichi' Orendáin, Miguel 'Guabina', Eugenio 'Geño', Arturo García, Clemente Luna y 'Venado', cuyo nombre verdadero era Bernardo García.
   El chofer de esta organización musical era don José Salazar, quien se decía, se ganó a pulso el sobrenombre de "El muchacho alegre", ya que por cualquier cosa se ponía de mal humor y echaba 'rayos y centellas'... ¡Madres, pues!
   En Tuxpan había dos grupos muy buenos; uno era la orquesta Los Compadres y el otro el mariachi Los Cardenales, donde por muchos años Cruz Delgadillo, cuñado de don Miguel Alcalá tocó el guitarrón. Frente a esta ola musical de gente reconocida nació el conjunto Los Jadem, donde Jacinto Hernández Rojo era el vocalista; Agustín Dueñas, el baterista; Manuel del Hoyo Fernández tocaba el requinto; Eleno Huipe Cervantes era el del saxofón y David Cibrián Santacruz, se encargaba del bajo.
   Increible resulta pensar que hubiera trabajo para tantos grupos, pero lo había. Jadem, La Explosión, 'Los Piteros', Toño Sanabia, don Severo, Pancho Castellón, los Barbosa, la banda, los Cardenales y los Compadres, alegraban los días de aquellos años previos y posteriores al 1970. Trabajo no faltaba. Y un dato curioso quedó para la historia local, cuando los Jaden recién integrados, fueron contratados para tocar en el edificio del PRI municipal que en 1972, se ubicaba en contra esquina de la Presidencia. La gente de Ruiz, acostumbrada al trabajo de La Explosión, permaneció a la expectativa, algo escéptica. Así, los Jadem comenzaron la tocada con una pista sin bailadores, y en la cantina, los únicos que echaban porras eran Layo Flores y Chabelo Guzmán (su verdadero apellido era Jáuregui), quienes eran amigos de volante en las "corridas" (transporte de pasaje), pero también en las parrandas. Después de las primeras canciones, tanto los bailadores como los tomadores prácticamente se vaciaron de la calle al interior del PRI Municipal, y la fiesta se normalizó como buena. El reconocimiento al trabajo de los músicos desconocidos se dio con hechos.
   Comparado lo que aquí se cuenta, con la realidad musical del 2010, es notoria la diferencia, aunque establecer mejores o peores tiempos no sea la intención en esta crónica de los setentas.

   De algún modo, lo que Mario Alcalá nos cuenta posteriormente en lo que titulamos El Costal, tiene qué ver con la crónica regional que nos ocupa; si no, ¿cómo nos explicaríamos el nuevo panorama del río San Pedro envenenado?
   Ni Elena su esposa, ni Micha y Mario como hijos, osaron interrumpir a Miguel Alcalá en su larga exposición de recuerdos. En lo que engarruñó los ojos queriendo ver lo pasado, se trajo del olvido a los músicos de La Puerta, El Zopilote, Peñas, Santiago Ixcuintla; a los Gala de Paso Real del Bejuco, al "Golondrino" de Tierra Generosa,  Enedino que venía de Santa Fe y por supuesto a "Polín", quien se decía sordo pero arrugaba la cara a la hora de afinar, en cuanto aparecía el mínimo desajuste entre los instrumentos. Con su acordeón tocaba polkas, sones, rancheras, corridos, danzones y valses; nada de aquello que el grupo tocaba, le resultaba imposible a su bufón de botones.
   -Ese Polín -dijo, ya para cerrar el espacio de los recuerdos- de verdad era gallo.
   El silencio que se vino fue interrumpido con una reflexión: "del cuarenta al setenta y seis, con el mariachi -expresó su esposa-; después siguió con el conjunto de la familia. Qué aguante para andar de pueblo en pueblo, de cantina en cantina".
   -Oye vale -intervino Mario-, ¿no te han contado el último minuto del río?
   La pregunta cayó en la divagación del grupo, como un "yo también tengo cosas para contar". La señora Alcalá, Artemiza y el entrevistador volvimos la mirada hacia Mario, que tan voluntario se ofrecía para dar su versión sobre la muerte del río San Pedro, por envenenamiento.
   "Ese día, allá por 1987, yo tomé el visor, el arpón y un costal, y me fui derecho a la desembocadura del arroyo del capomal; en esa corriente calma que se hace arribita, ahí fui y me metí. En cuanto libré unos macollos de batamote que había en la media playa, tiré mi costal sobre una piedra y le encimé la ropa. El agua estaba limpia, vale, tranquila, el viento soplaba de pronto y la enchinaba, pero yo sabía que debajo de la superficie, no había dificultades para ver. Qué iba a pensar en lo que me esperaba cuando me fui metiendo a paso lento.
   Me di tiempo de lavar el visor, de remojarme sin prisas para no sentir lo frío del agua; y todavía eché una mirada para todos lados, en aquel silencio y soledad de media tarde... ¿O era la mañana alta?
   El caso es, que antes de ponerme a pescar, tomé agua; estaba fresca, dulce, pesada; llenadora como la de los arroyos. Mejor que a los mismos crudos me fue cayendo; hasta un escalofrío me puso china la piel. Qué iba a sospechar lo cerca que andaba de que me pasara lo mismo que a los animales del río. El gusto tuve de meterme a ver las piedras de la corriente y las últimas faramallas de las truchas. No podía imaginar que los golpes que daba, fueran las últimas aporreadas para llamar a los peces; bueno, si me harté de agua, ¿qué más ignorancia podía tener del peligro?
   Si ahora me dijeran que los pescados que yo buscaba estaban espantados porque sentían el mensaje de la muerte, y que por eso no se acercaban, lo creería; aquella soledad era igual de inesperada, que las calles vacías de gente en días de fiesta.
   Tuve que salir; bueno, pararme. El agua me llegaba a la cintura. Volví a lavar el visor dando tiempo al reposo; eché un vistazo a la salida del sol, deseando que algún pescadito asomara la cabeza para hacerle una seña, para decirle "ven, aquí estoy"; y de pronto... ¡Milagro! Empiezo a ver aletas por encima del agua.
   ¿Son lisas... o constantinos? -pensé-, aquí son muy escasas las lisas... los constantinos buscan la sombra y la comida que cae de las jarretaderas. Bueno, pues ¿qué son? Y ahí estoy, atento como perro venadero; y los animales acercándose, nadando de lado por encima del agua. Parecían jugar a nadar con una mano, mientras echaban la otra para afuera; y yo mirando, como si aquello fuera una película.
   De pronto ya no eran dos, ni tres; eran diez, veinte, más; manchando de lado a lado la corriente; y yo como tarugo, nomás mirando. Era como si las mismas estrellas se hubieran convertido en pescados juguetones; todos hechos bola venían bajando como en peregrinación, y poquito a poco me pasaban por los lados, llevados por la corriente mansa.
   De repente, acordándome de lo que me tenía en el río, dejé el arpón y el visor en el costal y allá voy, corriendo a sacar animales atarantados. Pero luego de recoger unos pocos, pensé: ¿y si me los quita el dueño? Porque ni más ni menos, los pescados andaban como si les hubieran echado un bombillo, desparramados y dando vueltas encima del agua. Pero también descubrí que estaba lejos la corriente de la isla, que de haber algún trueno, debían haberlo echado más arriba; en los Pirules por lo menos.
   Entonces sí, a lo desesperado comencé a sacar pescados. Y tenía más de medio costal de animales cuando miré un robalo; medía como un metro de largo. Hasta miedo me dio, pensando que fuera otra cosa. Así estaba de grande y pesado el desgraciado; y yo temblando de emoción y de temor... no creas vale, se me arrugó más el Alcalá en ese momento.
   Ese día salí corriendo del agua, lamentando haber llevado un solo costal. Todavía encaminado para la casa le echaba miradas al río, pensando si era mentira lo que pasaba; pero nada, si hasta con la panza pa' arriba iban algunos pescados".
   Conclusión. En esa ocasión, ni la familia Alcalá Delgadillo ni todas las que comieron pescado hasta decir basta, sufrieron ni indigestión ni efecto de veneno alguno. Sería que no les tocaba, suerte o inmunidad, el caso es que pasaron la prueba de la 'ruleta rusa'.
   Al día siguiente, las orillas y los recodos del río blanqueaban de animales muertos, apretujados como si tuvieran miedo, pero ya sin razón para escapar de nada; toneladas de carne se repartieron a lo largo del río San Pedro.
   Al tercer día, el río todo era una peste de animales muertos; pero no sólo eran pescados; había garzas, gallinetas, patos cormoranes, tildíos, patos pipichines, tortugas y hasta una cantidad inmensa de buitres que se habían engolosinado con tanta carroña. Hasta los martines pescadores dejaron de echar clavados, por haber degustado un platillo con veneno.
   Al cuarto y quinto día, aparecieron burros en la playa, vacas, caballos y cerdos; todos muertos y bien hinchados, sin que hubiera zopilote alguno que les hiciera el favor de probarlos. El dramático efecto dominó se fue extendiendo en el río, hasta dejar solamente soledad y silencio de muerte, como efecto del cianuro que por "accidente" escurriera al arroyo Tenamache, de la mina El Zopilote en 1987.

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