jueves, 26 de abril de 2012

Primer corte de plátano

   Como "a cada santo le llega su día", las matas del platanar pronto crecieron; aventaron al aire las cantimploras, sazonaron los plátanos y se pusieron de corte los racimos. Luego, en consecuencia natural, como si las cosas de la vida se revinieran con un propósito deliberado, allí estaba Donato: recibiendo tamaño tapaboca del "tonto", del "renegado", ganándole un jornal y una renta por la bestia de carga.
   Cuántas veces voló el machete caguayán de Roberto de mata en mata, de vástago en vástago, para bajar los racimos lentamente; como si una mano invisible los protegiera de una mala caída. Y en todo estaba Roberto. Cortaba sin dejar de dar indicaciones.
   -No cargues de más, Donato -gritaba-; llévate lo que puedas. Tú también, hijo; cuiden la fruta.
   Aquello que era el primer corte, terminó siendo un día de fiesta. De un racimo corrían a otro, olvidándose del tiempo y del cansancio. Comenzaron en la parte baja, terminaron en lo alto; donde las corrientes de aire comenzaban el deslizamiento hacia el arroyo.
   -¿Cuántas cargas calculas que salgan, Roberto? -preguntaba Donato de cuando en cuando.
   -Yo creo que de tres a cuatro; por eso te pedí que vinieras con bestia -respondía feliz el ahora platanero.
   Roberto no hizo malas cuentas. El corte le dio tres cargas y tres talegas; de aquellas de ixtle colorado, que servían para llevar de quince a veinte kilogramos de carga. Como experto campero buscó hijas secas y majaguas en las matas de plátano. Después, haciendo pequeñas torres de fruta, las empacó de par en par hasta que la operación sumó seis bultos. Cada uno le quedó con cien plátanos grandes, y cada carga con doscientos.
   Una vez que las bestias fueron cargadas con dos bultos cada una, brotó la primera queja.
   -Espero que aguantemos el viaje, Donato; estas talegas pesan.
   Donato no respondió a la voz jadeante del patrón; sólo emitió un pujido que hacía parecer sospechoso el mensaje recibido. Se limitó a sobrellevar el castigo que le producían las correas que servían de asas a la talega, forcejeando para cambiarse la bolsa al hombro descansado. Pero hacer esto mientras las bestias avanzaban, no era fácil.
   Afortunadamente en un "quiso Dios", después de caminar durante hora y media, arreando, resoplando como los mismos animales y llevando la talega como si fuera una penitencia, llegaron a su destino.
   -Ahi están, Emilio -dijo con entusiasmo el nuevo platanero-; tres cargas de buen plátano. Si dices que pagas a cuarenta, a cuarenta pues.
   Tomando el comentario como un reclamo, el comerciante se defendió con una justificación.
   -Así es el negocio, Roberto; no puedo ofrecerte más de cuarenta pesos por cada carga.
   -Está bueno, Emilio; está bueno. Cómo crees que estoy inconforme.
   Para el negocio del plátano, Emilio Verde era el comprador que más próximo tenía Roberto. Y siendo vecino, le inspiraba confianza en el trato.
   Manteniéndose al margen de los acuerdos que tomaban Emilio y Roberto, Donato no perdía detalles, escondiendo la envidia bajo la máscara del testigo circunstancial de una venta común. Disimulado, miró como los billetes del comerciante pasaron a las manos de Roberto: dos de cinco, uno de diez, y ¡dos de cincuenta pesos! Y entre plática y plática, también escuchó claro el compromiso de la compra-venta futura. Por lo pronto, de aquel dinero tocaría quince pesos; diez que eran de su jornal, y cinco por la renta de su animal de carga.
   -Pasado mañana tenemos otro corte -dijo Roberto, sacándolo de las meditaciones-; te espero temprano, Donato.
   -¿Pasado mañana?
   -Así es, Donato; pasado mañana. En caso de que no puedas ayudarme, me avisas.
   Esa fue la despedida de los dos campesinos. A las tres de la tarde, cansado pero emocionado, Donato ya estaba comiendo en casa y platicándole a su mujer la experiencia de la jornada.
   -Hubieras visto, vieja; hubieras visto -dijo sin ocultar la emoción-. Racimos aquí, allá; racimos pa' donde aventaras la mirada; colgando de las matas como si nomás así hubieran salido en el monte... Era un gusto mirar y mirar que nos estaban esperando.
   "Ese Roberto nunca se cansó. Desde que llegamos se fue a doble y doble vástagos, a corte y corte racimos; y su muchacho y yo acarreando sin darnos reposo, sin darle abasto. Luego los billetes, mujer; hubieras visto: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Uno detrás de otro soltó Emilio sin chistar. ¡Ciento veinte pesos!
   -¿Y esta talega?, -interrumpió fríamente la mujer.
   -Ah, la talega. Me la dio Roberto; si buena zanja me hizo en los hombros; están muy delgadas las correas.

   En el hogar del patrón eventual fue muy diferente la llegada.
   Después de quitar los arreos a las dos bestias, Roberto entró y tomó asiento. Luego, antes de pronunciar palabra alguna, sacó los tres billetes que había recibido como pago del primer corte, y de uno en uno, disfrutando el momento, los depositó con orgullo en las manos de Lidia. Uno era de cinco pesos, los otros dos de cincuenta.
   Ella sonrió feliz, haciendo un gesto que mezclaba alegría y dolor. Y pese a la confusión del sentimiento, aquel gesto de alegría era como un sol radiante abriendo con su luz las nubes de la tempestad; era en sí, amargo agradecimiento a su Dios universal. Lidia no pudo evitar que los ojos se le empañaran con el llanto.
   ¡Cuánto tiempo y cuántas penas se habían acumulado, previos a la hermosa realidad!
   El gesto de alegría, bañado por el llanto que resultaba de la felicidad exacerbada, la dejó quieta, silenciosa; era tanta la emoción.
   -Apartas treinta pesos para el gasto, mujer; lo demás ya es para reponer las gallinas que vendimos -pidió Roberto con orgullo y solemnidad-. Desde este momento... ¡se acabaron las "vacas flacas"!
   Al ver que ella se mantiene ausente, Roberto la abrazó y le dio un beso en la frente para reanimarla, haciendo un descubrimiento que no había notado: huele mal.
   Aunque él tiene aroma semejante, por primera vez en mucho tiempo, respira el rancio olor de la pobreza. En ese olor se resumían las penas y las carencias. Era el que llevaban en la ropa de muchos años de uso, con cientos de sudores acumulados; producto de las pocas lavadas.
   -En la primera compra que hagas -pidió Roberto confidencialmente-, compras un jabón pa' la ropa... y otro pa'l baño; ya parecemos pobres, agregó irónico.
   Su ingenioso comentario hizo el milagro de la acción, motivando la alegría desprovista de los malos recuerdos; y la escuchó hablar.
   -¿Cuándo haces el siguiente corte?
   -Descanso mañana; pasando mañana subimos al cerro otra vez.
   -¿Y después qué va a seguir?
   Haciendo como que confiesa algo muy secreto, Roberto se acercó a Lidia y le habló en el oído.
   -Después de pasado mañana... los cortes buenos se van a repetir así; cada tercer día y durante dos años. ¿Te das cuenta de lo que significa?
   La noticia sorprendente estremeció a Lidia, pero reaccionó contanto el dinero y modificando los planes.
   -Mejor dejo veinte pesos para la comida, y lo demás lo gasto en las gallinas coloradas que vende doña Chona.
   -¡Oye, oye!, -respondió Roberto, juguetón; dándose cuenta de un pequeño detalle-. Ya me devolviste al platanar, ya te estás yendo de compras, pero... ¿no piensas darnos un plato de frijoles? "Semos" dos que llegamos con hambre de la buena.
   -Cuando pasan dos años de cosecha -terminó contando Roberto-, el platanar produce menos; los hijos que crecen alrededor del cajete de la mata vieja, sólo sirven para el replante.

Nota: Primer machetazo, El padre se robó a la María y Primer corte de plátano, son fragmentos de la novela campirana "El cuamilero" del autor David Cibrián Santacruz; dicha obra espera editor y condiciones.

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