domingo, 6 de mayo de 2012

Mi puestecito

   "Frente a la esquina noreste del mercado municipal (Cd. Obregón, Sonora), mis papás tuvieron su puesto de revistas, allá por 1980; cuando el edificio no estaba remodelado. Eh, tiempos; yo todavía no iba a la escuela, y ya andaba en el negocio. Ahí crecí; en el puesto que era de mis padres".
   Así abre su memoria Juan. Al verlo, se descubre en él a una persona joven que apenas se encamina a la plenitud de la vida. Se diría que está cuajando como hombre adulto; pero sus palabras lo delatan ya, con los pies bien puestos en la realidad del mundo.
   "En ese tiempo -continúa-, atendía mi hermano Jorge Luis Barraza. Pero se nos enfermó de un derrame cerebral y quedó incapacitado para trabajar en los últimos diez años de su vida. Falleció en el 2007.
   "Muchos años duró este puesto por la calle No Reelección, casi esquina por la 5 de Febrero. Estuvo por fuera de la mueblería Apodaca, donde ahora está Santory".
   A la pregunta "desde cuándo está en la 5 de Febrero", responde:
   "Desde que fue remodelado el mercado. No recuerdo bien si fue en 1990 ó 1992. Quienes estuvieron al frente del negocio en aquellos años, fueron mis hermanos Jorge y Carlos. Luego que Jorge se enfermó en 1997, yo me quedé como ayudante de Carlos. Así fui aprendiendo a trabajar".
   Juan, el nuevo locatario, abre su corazón.
   "No fue fácil hacerme responsable, no; me gustaban los bailes como a todos los jóvenes. Y es que, como Carlos se quedaba a cumplir como se debía, yo me hacía "vivo" dejándolo solo; siempre era así, por el vicio de los bailes.
   "Si tocaba La Brisa, allá iba; que si el Bacanora, Laberinto o La Concentración 'Conce', era lo mismo: yo nunca faltaba a los bailes. Qué me importaba el puesto. Yo me divertía. Y como Juanito Ortega, el de la Conce, era mi conocido porque daba clases de flauta en la "Federal 2" que está en la colonia Benito Juárez, yo me sentía importante con los saludos que recibía.
   "Pero un día me jalaron las orejas; me llamaron la atención en serio. Y es que yo me estrené como papá en 1992, cuando apenas tenía 17 años. Qué sabía de obligación. Estaba muy joven.
   "Andas mal -me dijeron-. ¿No miras todo lo que tu niña necesita?, ¿no te das cuenta de que tiras el dinero de ella? Piensa, hijo, piensa. Pañales, ropa, leche, zapatos; luego su salud, cobijitas... ¿qué no necesita la niña?
   "Con el jalón de orejas, primero; y después porque Carlos se fue para Guadalajara a buscar trabajo, yo me quedé al frente de este puesto de revistas, con ánimo de no darles problemas a mis papás; don Ramón y doña María".
   Juan Dimas Barraza, recuerda así su época juvenil:
   "Estando ya en edad de bailar, me aloqué. No lo voy a negar. Fui de cerveza, de cigarros y baile; lo normal en aquel tiempo. Pero cuando se trató de tener responsabilidad, me alinié por la derecha y cambié los gustoas por la familia.
   "Antes abría tarde y cerraba temprano, por culpa de los bailes. Y todavía, si me daba la gana no abría. Ahora no. Ya me di cuenta de que un horario cumplido hace memoria en las gentes que pasan por aquí, y que esa constancia en el puesto hace clientes.
   "Estoy aquí, como único responsable del puesto, desde el 2007. Ahora abro hasta en días nublados o de brisa".
   Precisamente, el día de esta entrevista, caía una brisa pertinaz, corroborando el cumplimiento de Juan con su trabajo y sus clientes.
   "Si no atiendo el negocio como se debe -dice-, no come mi familia. Debo respetar el horario".
   -¿Te das cuenta, Juan? -le dije, antes de retirarme-. Para que seas responsable, y hables de cumplimiento y obligaciones como la gente mayor, hubo dos personas que te guiaron bien.
   "Claro -respondió-, me jalaron la rienda cuando fue necesario. Gracias a mis viejos soy como soy".
   Tal vez Juan no lo sabe; yo tampoco se lo dije: es un ejemplo viviente de transición joven-adulto que debiera repetirse en las nuevas generaciones de jóvenes.

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