jueves, 20 de septiembre de 2012

Empleos del campo

   Experiencias formativas para los hijos de los campesinos.
   Ganar dinero suficiente para vivir con dignidad, es el sueño eterno; pero muy pocos fueron, hasta 1970 todavía, los que viviendo honradamente, alcanzaron la tranquilidad económica tan anhelada.
   Cuando el señor Pedro Rodríguez "Pelucas" fue sembrador de cacahuates, la chiquillada cruzaba el río San Pedro para ir a trabajar en su parcela. En la desgrana pagaba a veinte centavos la "medida", cuyo equivalente en español eran cinco litros de cacahuate.
   No se ganaba mucho porque abundaban los trabajadores; el empleo era más bien para niños, para principiantes en eso de "ladrarle a las tortillas" (gordas). Lo más que alguien podía desgranar eran diez medidas; y como se pagaba a veinte centavos, la mañana se iba por dos pesos. Cuánta diferencia había entre los veinte centavos que se recibían por la desgrana de una medida, y el botecito sardinero de cacahuates tostados, por el que se pagaba la misma cantidad.
   Otro de los trabajos de entrenamiento, era la desgrana de maíz. Si eran mazorcas de cuamil, resultaban más fácil de desgranar que las que se cosechaban en tierra plana (las parcelas de tierra plana se conocían como "veranos"). Pero fueran de cuamil o de verano, se pagaba a veinte centavos la "medida" desgranada.
   La razón de lo fácil o lo difícil estaba en la clase de maíz; eso era más que sabido. Mientras que en las montañas se cultivaba el híbrido, de grano blanco y fácil de desprenderse, en los veranos se usaba el planeño, que era más duro porque la semilla plana se aferraba con más fuerza al olote.
   Aunque los adultos llevaran su desgranadora hecha de olotes, no ganaban más de seis pesos. Los niños en cambio, cuando mucho ganaban un peso y se quedaban con las manos ampolladas; esto se debía a que realizaban la desgrana con las manos limpias, "a la brava".
   Lo bueno para las familias era, que si mandaban al desgrane a dos o tres niños, sacaban para comprar algo de alimento.
   Un poco mejor pagado era el corte de café. Sólo que para esto, se tenía que ir a los cerros, a encaramarse (subirse) en las matas para cortar bolitas chapeteadas. Uno de los preferidos como patrón era el señor Francisco Acosta, porque su cafetal estaba cerca, en los cerros del arroyo "Malpaso".
   Lo menos que un niño podía ganar, eran cuatro pesos; y como el gusto de la chiquillada era andar arriba de los árboles, se divertían y ganaban dinero al mismo tiempo.
   Con los mangos ya era diferente. Los buenos cortadores usaban gancho especial. Pero el trabajo que realizaban otros interesados, en los pocos árboles de su propiedad, no producía más de cuatro o cinco mil mangos, los cuales se vendían a treinta o cuarenta pesos el millar. Sin embargo, lo que era común al realizar esta faena, queda en la historia como juego; porque mientras que el esposo dirigía el gancho para alcanzar los racimos, la señora se auxiliaba con un niño, para cachar con una manta los mangos que se venían como piedras y sin rumbo fijo. Igual que se ve a los bomberos que salen en las películas de Cantinflas, así bailaban la señora y su hijo cuando corrían tras la fruta.
   Pero esta era la parte divertida; lo difícil estaba en el acarreo. Siendo los mangos sazones como rocas, lo más que un animal de carga podía llevar a cuestas, eran ochocientos en un viaje; cuatrocientos en cada costal. Quien le cargara la mano a la bestia, corría el riesgo de perder animal y fruta en un barranco. Los compradores locales de ese tiempo fueron: Isabel Carvajal y Francisco Acosta. Desde luego, también se aparecían los comerciantes zafreros haciéndole competencia a los locales.
   En el caso de la ciruela, no había mucho interés por parte de los cortadores. Había razón para ignorar la oferta de trabajo. Las características vidriosas (frágiles) de las ramas del ciruelo eran un riesgo, y además se debía tener una escalera apropiada. Al final de tan brevísima temporada, mucha fruta se perdía porque los dueños no alcanzaban a cosecharla. Su precio era igual al de los mangos, pero se vendían en jabas (rejas de tablillas).
   Para la muchachada "varejona" (adolescentes) no tenía importancia la pizca del cacahuate, las desgranadas, ni el corte de café o de mango; lo que le llamaba la atención eran las cargas de leña. Se iban al monte en parejas; porque a la hora de cargar al animal, el uno echaba la leña y el otro sostenía la rienda. Pero además, el de la rienda cuidaba que el tercio acomodado no se cayera durante la cargada.
   Su falta de interés en las otras actividades era comprensible. Sin ampollas en las manos y sin tanta competencia ni presiones, podían ganar los cinco pesos que valía la carga todavía en 1970... medio salario campesino de aquel tiempo.
   La actividad de los leñadores no era fácil. Por lo pronto, el viaje de ida y vuelta ya consumía tiempo; la cortada de los leños se convertía en el punto central y requería ser arisco, desconfiado. Las varas que estaban tendidas sobre la tierra, con cáscara o sin ella, tenían alacranes escondidos. Por eso, antes de partir cualquier lata, era obligado rasparla con el machete, limpiarla bien para no llevar a casa bichos peligrosos.
   De todas las ocupaciones propias de los hombres del campo, quizás la más representativa sea la que ha trascendido como "tarea". Es una actividad que compromete todo el día. Aunque la paga era de diez pesos en 1970 todavía, y alcanzaba ese dinero para que una familia mal se alimentara, no era fácil emplearse. Aparte, una cosa era limpiar milpa en el cuamil o en el verano, y otra muy distinta ir al platanar o al piñal. Mientras el cuamil y el verano inspiraban confianza porque lo más peligroso eran los alacranes, en el platanar se podían encontrar además, víboras al pie de los macollos de las matas o avispas trabadoras escondidas en las hojas del banano.
   En los piñales el riesgo era mayor. Se puede asegurar que el problema de las espinas era insignificante. Podía suceder, que después de la jornada, y aún de la cena, cuando se ofrecía el "sobame mujer", apareciera la molestia de la garrapata piñera, o no pasara nada. Pero eso sí, durante la jornada laboral era difícil no tener preocupación. Meter los pies en aquella hojarasca que hacía colchón hasta de treinta centímetros, hacía pensar muchas cosas. Un alacrán, un ciempiés, una tarántula o una víbora, eran posibles en aquella pudrición de hojas.
   Si el cansancio terminaba con las sobadas de espalda, podían recuperarse las energías; pero si alguna garrapata hacía de las suyas, se pegaba en la raíz de las pestañas o en los oídos; y de esto se venía la trasnochada del matrimonio. Porque los ácaros con punta de flecha, pegados en los rincones corporales que se mencionan, de verdad causaban problemas. Bueno, peor sucedía cuando se prendían de las partes nobles; triste experiencia por los diez pesos que se ganaban por una tarea de limpia.
   Estas eran las "ofertas" de empleo cuando lo máximo a ganar eran los diez pesos; y todavía el trabajo era eventual. Así estaban los tiempos de malos, cuando apareció la zafra del tabaco, en donde le pagaban 19 pesos al cortador, lo mismo al acarreador (burro), 21 al empacador y 24 al caporal o jefe de cuadrilla. Las cuadrillas se componían de quince trabajadores: un caporal, dos empacadores, cuatro burros y ocho cortadores.
   Aquello de que el machete "guaco" fuera para los piñales y los platanares, o que el "caguayán" para los veranos y la leña, no valía; para donde se fuera había que cargar con los dos machetes. ¡Y todo por no estudiar!
   La formación de cada campesino en el trabajo, comenzaba, como ya lo vimos, desde la más tierna infancia. Los niños se adiestraban en las duras tareas del campo, acumulando conocimiento como si fueran los adquiridos en las aulas de una escuela, para pasar de un grado a otro. Con esto se quiere decir, que quien aprendía la pizca de cacahuate, pasaba a la desgrana del maíz híbrido y del planeño, sin olvidar la lección pasada.
   Ir creciendo en experiencia, significaba retener lo vivido en cada etapa formativa, junto con las mejores técnicas de trabajo. Así por ejemplo, si en las primeras desgranas los niños conocían las ampollas, después aprenderían no sólo a utilizar la piedra o el trozo de madera, sino aún a usar la rueda de olotes como desgranadora. Y manejar este implemento, ya era como la presunción de saber hacerlo para ganar más sin sufrir las ampollas de los novatos.
   El corte de café, mangos, aguacates y ciruelas, ofrecían la posibilidad de nuevas experiencias y nuevos retos. No sólo se trataba de ganar más, sino de aplicar la malicia para conocer los riesgos y las posibilidades de éxito en la empresa. Llegado el momento de ser el responsable de cosechar, también se debía conocer la resistencia de la bestia de carga y cómo cargar los costales de fruta.
   No era casualidad entonces, que la muchachada se inclinara por las cargas de leña. El desarrollo de las habilidades implicaba ejercicios apropiados en cada etapa de la vida. Un leñador conocía los riesgos que había en las cáscaras de la madera muerta, sabía cómo hacer la carga, pero, por necio e inverosímil que parezca, hasta la distancia que había para ir a la leña, tenía sentido para los leñadores. El regreso era sobreentendido para las dos de la tarde, aproximadamente.
   Si la tarde caía y el trabajador no aparecía, era indicio de que algo malo había sucedido. Aquí es donde las preocupaciones hacían decir: "si nomás fue a la leña, tu; ya sabe que no puede llegar más tarde".
   Y es que para hacer ese negocio, no era necesario llevar bastimento. Se llevaba el bule del agua, dos machetes o uno por lo menos; pero nunca la talega del bastimento. ¿Cómo podía el hombre llegar al oscurecer, si nomás iba por unos leños?
   "Empleos del campo" tiene en sí, una mera connotación informativa que pretende señalar los inicios rústicos de los campesinos, y el nivel de riesgos que conocen cuando al fin son adultos.
   Quede esta crónica, como un mensaje de pesar y reconocimiento para todos aquellos trabajadores que suspiran por estar en la tierra "de las oportunidades", pero también, por los que allá en la distancia de cientos y miles de kilómetros, lloran por volver a la patria olvidada.

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