martes, 3 de enero de 2012

El cirquero

    Así como a la salida del sol, ya íbamos por el camino de los pirules. De las casas de palma salían a ladra y ladra los perros flacos con la mala intención de morderle las patas a la cabalgadura. Ora que me acuerdo de la mala sangre que demostraban los perros, no acabo de entender cuál era la razón de tanta rabia, si desde la vereda real, a la sombra onde se echaban, no había menos de cincuenta trancos de un cristiano adulto y de mediana talla. Por eso no entiendo, si bien se miraba la intención de irnos de paso.
    Ya por aquellos tiempos, cuando iba en ancas del manadero, y la gente decía: "Qui'ubo, ¿ya llevas a tu chiquillo a la querencia de los pobres? Entre brinco y brinco me preguntaba muchas cosas.
    ¿Cuál era el miedo de tanto perro flaco?
    ¿Qué les hacía tenernos tan mala voluntad?
    ¿De dónde les venía la desconfianza de que alguien quitara las trancas y se metiera a su corral?
    Ora que ya me queda a la medida la ocupación campesina y que me avengo con lo de ejidatario y jornalero, bien me doy cuenta que los carajos perros nomás ladraban pa' que la gente supiera que aunque flacos, ahí estaban para defender el hambre, que era lo único que tenían. Eso pienso ora. Un montón de piedras enjarradas de tierra amarilla, una tarima llena de chinches y las pulgas que paseaban cuando corrían a morder, era todo lo que cuidaban. Hambre, chinches, pulgas.
    El manadero sí sabía muchas cosas. A lo mejor hasta me las contaba a su manera. Si no, cómo es que ni se molestaba en mirar a tan mal geniosos perros. A lo más y muy a lo largo, levantaba la cola y les aventaba un montón de estiércol, o de perdida tamaño trueno, que hasta conseguía espantarlos y devolverlos amigables a su echadero.
    Caramba animal; como burro viejo, no desperdiciaba ni el humor ni su energía. Nomás agachaba la cabeza, y esto era caminar y caminar.
    ¿Los perros? ¿Cuáles perros? Si nomás dejábamos que se encarreraran, y en cuanto les mirábamos la intención de morder, levantábamos los machetes, así como con el mismo entusiasmo de devolverles el saludo, y nomás rayaban las uñas y los huesos cuando se atrancaban pa' quitarse la caricia del machete guaco y del caguayán. Daba gusto ver el polvo que levantaban. Y el manadero, camina y camina.
    "Ora ya está viejo el pobre animal -le decían a mi padre-; dos o tres años atrás, qué esperanzas que llevaras a tu chiquillo en ancas. Nomás imagínate las historias que tiene tu burro".
    -Precisamente -contestaba mi padre, satisfecho por la compra que había hecho. Y todo fue porque al dueño anterior no le había hecho ninguna gracia, la última vez que el animal se le había encaramado a una yegua. El ridículo que hizo arriba del burro, mientras hacía su negocio el mañoso animal, lo convenció para buscarle nuevo dueño.
    Todo el pueblo sabía quién era el verdadero "Cirquero". Pero tantas son las cosas que suceden en el medio de las calamidades, que al final respetando sus canas, le cargaron "el muerto" al manadero.
    El nuevo dueño tomó prevenciones y pa' pronto lo mandó capar; y al pobre animal nomás le quedó el paso coqueto y el rebuznido; algo así como pa' evitar que lo confundieran y que le hicieran pagar las que debía.
    Les cuento esto desde orita, nomás pa' que sepan que yo tenía harta razón de mis temores. Y era lo mismo pa' mi padre. Si por algo le había puesto su buen freno al "Cirquero", y a mí me habían dado muchas recomendaciones pa' que no corriera peligro de las patadas cuando se alborotara el burro. Lo primero que debes hacer -me decía-, es bajarte; porque este animal, enamorado, se pone más animal. Cuando se alborota, no quiere saber si lo que tiene enfrente es yegua o burra; tampoco le importa si lleva gente o carga en el lomo; no quiere saber nada.
    A tres años de la capada, El "Cirquero seguía igual de alegre con las manadas. Pero seguramente se daba cuenta de que algo andaba mal en sus tanates, porque nomás rebuznaba y agarraba un paso más alegre. Era todo.
    ¿Que por qué le habíamos dejado el nombre de "Cirquero"? Es claro. Primero, era la última tanteada que había hecho, y por otra parte, por eso mismo se había ganado su nombre.
    ¿Y del camino que recorríamos? Nadie decía nada, nadie pensaba nada; nadie quería cambiar de camino por los perros. Pa' qué. Si lo mismo era por el camino de los pirules y por la vereda del capomal; si lo mismo era por el camino del panteón y por la salida del río; por eso pasábamos todos los días por ese camino de los pirules. Así tenía que ser.

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