sábado, 21 de enero de 2012

Una docena más

    CIERTO es, no es lo mismo ver los toros desde lejos, que andar en la revuelta. Yo tampoco pensé como la gente de seso; a mí también se me calentó la fragua y me solté haciendo lo mismo que hicieron los viejos en sus buenos tiempos... y tanto que los criticaba.
    ¿Pos qué no había televisión? -les decía-. Con un poquito que lo hubieran pensado, cuando mucho fuéramos media docena; no que por causa de eso, nos fuimos criando con "burritos"... y así nos fuimos encarrerados pa' la escuela; burritos...
    Ahí andaba mi amá remojando las tortillas en los machigüis, poniéndoles la tantita sal que les daba sabor; y nosotros, la docena de hijos que parió, rodeándola como si estuviéramos esperando el bolo después del bautizo, como si fuéramos pollitos alrededor de la gallina o cochis desesperados trompeando la canoa.
    Y crecí, después de todo; y paré las orejas, aunque no como la gente que comprende. Porque conocí a la Caralampia con la que me casé, y le aventé con ganas tooodas mis energías. Tanto fue así, que se hinchaba con los primeros golpes bajos que le acomodaba. Yo la dejaba que respirara tantito, pero en cuanto se levantaba de la cuarentena pa' hacer el negocio de la casa con salú, se me alborotaba la calentura junto con el vicio y la tumbaba otra vez... ¡já! Y ella que tantito quería.
    En esas íbamos, pasando la media docena, cuando mi apá me la reviró. Como que nomás estaba esperando la oportunidá.
    -Ora tú -me dijo-, ¿pos qué no tienes televisión?
    No le contesté. Así de sorpresa como me agarró, nomás me le quedé mirando. Yo estaba contento con el nuevo nacimiento, haciendo planes pa'l futuro, y él cortándome la inspiración, viendo que tenía la papa atravesada en el pescuezo.
    -Ora tú -me repitió-, no te hagas tarugo; te hice una pregunta.
    -Mire apá... usté ya sabe; los hijos son la felicidá.
    Pa' cuando le respondí, ya se me habían espantado las malas ideas. La mera verdá, cuando no había luz, ese era el pretesto; con las películas de la televisión, se nos despertaba el apetito; cuando hacía frío, pos me iba de paso por calentarme las manos; y cuando llegaba el calor... era poquito pior, en dos por tres ya andábamos enredados.
    No quiero hablar mal de la Caralampia, pero semos tal para cual. En los tiempos buenos eructábamos felicidá, nos hartábamos de quitarnos el frío, de achicharrarnos con la llegada de la canícula. Y ora que la mentada viagra ni me hace, no hay fijón, al fin que ya nos acabamos lo que había en el zarzo.
    Entre mi vieja y yo... hicimos una docena más, como en los viejos tiempos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario