lunes, 2 de enero de 2012

Los Piteros

    Nadie recuerda cómo nació el mariachi "Los Piteros", pero a cambio, resarciendo esa laguna en la memoria, todo un pueblo gozó de sentidas serenatas.
    Las muchachas de los sesentas, de los setentas y los ochentas dan fe de las notas y de las voces de "Los Piteros". Muchas fueron al altar arrulladas por las melodías de "Sobre las olas", "Dios nunca muere", "Alejandra", "Olímpica", "Viva mi desgracia" y "Club verde". Aun las que cortaron por lo sano y sembraron despedidas, escucharon "La chancla", "Albur de amor" y "Me importa poco".
    Había mariachi para las fiestas religiosas del 19 de marzo, para el 12 y 24 de diciembre, y hasta para la velada de año nuevo; había mariachi para las conmemoraciones cívicas de la escuela, donde se recordaba simultáneamente la letra de Francisco González Bocanegra y la música de Jaime Nunó.
    También había mariachi para amenizar la fiesta del ejido con "La negra", "La culebra", "El sinaloense" y otros sones conocidos; para amenizar las fiestas patrias de septiembre y de noviembre; y las inolvidables del Día de la Madre y fin de cursos escolares.
   Había mariachi para todo y para todos, hasta para los que simplemente se dejaban llevar por la artificial alegría derivada del alcohol.
    Más de treinta años haciendo música y alegría para su pueblo; de salir a la "huipa", de escoletear, de afinar los instrumentos para ganarse la vida con sentimiento de artista y con el noctámbulo placer de los enamorados. Tres décadas invocando juventud con el "¡hey!... muchachos". que indicaba la existencia de un posible cliente.
    Más de treinta años que de pronto han escapado. Ya no está Nicho "Pistolas" arañándole las tripas al tololoche; tampoco Nicolás "El borrego", con el violín en la mano, ni el tocayo Nico Gala, dirigiendo la escoleta con la vara de su propio "Stradivarius".
    Para recordar las glorias quedan tres "muchachos" que el tiempo no respetó. Con la vista perdida y con la torpeza que prodigan los años multiplicados, queda Beto empuñando la vihuela y la guitarra; queda Luis el Gala menor, abrazando el guitarrón, y aquél del cornetín, llamado "Pitero" mayor, que tanto alboroto causaba cuando se subía los pantalones con los codos, mientras preguntaba "¿Cuál me echo?"
    Tamaña señal y tamaña pregunta llamaban la atención de los parroquianos más distraídos. Por eso no faltaba quien contestara en tono festivo: "¡Échate a mi compadre!". Pero después, la canción de prueba o de pilón, era el gancho que no fallaba para hacer consumir botana y música mexicana.
    Por allí quedan vástagos recordando viejos lauros de "Piteros" y de clientes; pero ya no hay serenatas, el tiempo trajo música moderna con dedicatoria para los bailadores; ya no hay festivales escolares con música viva; tampoco mañanitas para el santo patrono, ni los valses de Juventino Rosas, Macedonio Alcalá o Rodolfo Campodónico.
    Ahora sólo hay un pueblo fantasma con amaneceres de monotonía, sin las notas del mariachi aquel de "Los Piteros".

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