sábado, 21 de enero de 2012

El relinchón

    Don Alejo Meiva, hombre regordete y de setenta ya empolvados años, se quiso poner relinchón con su mujer doña Oralia Frías. Hacía muchas lunas y soles que no practicaba esas cosas que, en su muy lejana juventud, habían sido de todos los días; pero eso sí, de teoría estaba empapado.
    ...No cabe duda, todo tiene su tiempo y sucede cuando tiene que suceder. Antes de ir "a lo que te truje" y de actuar a lo "rencoroso", un maldito calambre le encogió el pie.
    Precisamente el único bueno que tenía, porque el otro, el malo, lo tenía asegurado para que no pasara una contingencia como esa, con un grueso y largo tornillo que le habían puesto los doctores, después de un accidente.
    Doña Oralia, mortificada por los lamentos que su cónyuge lanzaba a los ocho vientos, corrió hacia él conforme las llantas mantequeras se lo permitieron. Ahí, sobándole los achaques al mañoso de su marido, supo de "sus buenas intenciones".
    Lo primero que recibió la buena mujer fue una bocanada de reconcentrada gingivitis, revuelta con caries y nicotina.
    Arrugando la cara como consecuencia de aquel viento que pudo ser mortal para una mosca, preguntó:
    -¿Este es el malo?
    "...¡Sí!", alcanzó a responder don Alejo, antes de beberse el tufo de halitosis que desde muchos años atrás cargaba doña Oralia. Luego, volviendo la cara para no ser víctima de otra ráfaga venenosa, soltó:
    "Acuérdate de que el otro nomás rechina por los fierros que me pusieron, pero nunca se acalambra ni me deja en evidencia".
    Pasado el encogimiento y sufriendo apenas leves punzadas musculares, aún sobándose pues, don Alejo le confesó: "Fíjate nomás. Apenas iba estirando la pata, pa' ejercitarme porque amanecí amoroso, y se torció con el puro pensamiento".
    -Te iba a dar un beso -agregó luego-.
    -Ni Dios lo quiera -contestó ella-. Y se pusieron a considerar los nuevos tiempos, hablando de lado y tapándose la boca, para no echarse las fetideces a la cara.
    -De que te apestan los pies, yo nunca digo nada...
    "Y yo hago como que no miro que ya te salió bigote..."
    -¿Ya te diste cuenta de que roncas como gorila de circo?
    "¿Y tú sí?"
    -Nada, nada, viejo. Acuérdate del 'mi nana para mi tata' y que 'todo por servir se acaba'. Vamos de bajada; ¿qué nos queda? Ya ves, hasta por pensar en lo que no debes hacer... te torciste.
    Estas y otras consideraciones hicieron para terminar la historia de las buenas intenciones, aunque no por eso dejaron de ser dos enamorados setentones.

Publicado en Quehacer Cultural No.922.
   

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