viernes, 20 de enero de 2012

Pablito

    Papá -dijo Pablito, preso aún por el hipo que le producía el sentimiento y el dolor momentáneo de los golpes-, tú me pegas cuando me porto mal; ¿y a ti quién te pega? ¿Dios?
    La decisión, injusta ciertamente, de golpear al niño no había sido fácil ni difícil. Había ocurrido en un instante impreciso en el tiempo y en el razonamiento. Dentro de esa inconsciencia, el único que había perdido una vez más era Pablito.
    "Papá -insistió el niño-, ¿quién hace las leyes que castigan a los niños? ¿Dios?".
    Las preguntas fueron golpes certeros a la conciencia, al corazón y al espíritu paterno. El impacto hizo huella en el corazón del padre, y éste se convulsionó en forma por demás notoria, a la vez que gruesas lágrimas corrían por la pendiente de su rostro.
    "!Cuánta luz necesito para comprender y querer a mi hijo!", se decía mientras apretaba contra su pecho el cuerpo de Pablito.
    La emoción que experimentaba al despertar en un mundo de amor que no conocía, lo hacía volver constantemente a los espasmos y al llanto cuando ya creía recobrada la calma. No se daba cuenta que una carita confundida lloraba junto con él y sonreía junto con él, sin comprender lo que pasaba.
    Al fin tuvo fuerza suficiente para tomar a su hijo por los hombros y descubrirle el mundo que ignoraba.
    "Hijo... las leyes que castigan a los niños no las hizo Dios... !las hacen las bestias!... !bestias como yo... que no actuamos por amor sino por instinto!... !bestias que cobramos a los hijos las frustraciones que nos ocasiona la sociedad!... Algún día Dios me juzgará... ¿pero de qué servirá ese juicio postrero si cuando debo cuidarte te ataco?"
    "No llores, papito -dijo el niño aún sin comprender-; ya no me duele".

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