lunes, 2 de enero de 2012

La catedral

    La catedral se yergue majestuosa, como núcleo del casco de la ciudad. Una pequeña antena, sobrepuesta en la cruz que simboliza la religión que Cristo nos heredó, remata la altura que representa un orgullo y sentido de pertenencia.
    Al ver esa pequeña antena me pareció cosa de niños comunicarse con el Rey del universo o con la familia celestial. En algún lugar de la Catedral -me dije- debe estar la cabina de transmisión. Desde allí le deben confirmar a Dios las peticiones desesperadas que nacen como oraciones en el corazón de los desamparados.
    Hacía muchos años que mi pensamiento se había alejado de la casa de Dios; se hablaba en aquellos tiempos de la demolición del edificio anterior para construir el actual.
    Como impulsado por una insana idea analítica penetré en el recinto. La tranquilidad espiritual y el aroma del incienso fueron igual a lo que respiré en la humilde parroquia del pueblo que me vio nacer. Sin embargo, me sentía extraño. Vi rostros conocidos, ciertamente.
    Había funcionarios del sector salud y de educación con sus familias. Los saludos afectuosos y las caravanas sucedían a diestra y siniestra, mientras yo me escurría para no ser obstáculo entre las personalidades. Una vez satisfecha mi inquietud pensé que lo más conveniente era retirarme.
    Un brazo estirado que sostenía una caja de cartón me marcó el alto. Inmediatamente reconocí al dueño del brazo y del cartón: era el mismo que en la antigua Catedral mostraba sus piernas inflamadas y purulentas por úlceras varicosas. El mismo que mendigaba unas monedas y atención para sus piernas.
    Un día me dijo: "Dios está adentro, yo estoy afuera". Me paré frente a él, lo observé y pensé: Es Dios a la entrada de su Santa Casa, o viene como enviado de El, a dar luz a los ciegos que están dentro y a los renegados como yo, que abandonan la fe para señalar la paja en el ojo ajeno.
    Deseando de todo corazón que los funcionarios que oraban también lo vieran y que, como instrumentos de Dios, le procuraran la salud, dejé con vergüenza -por mi actitud analítica-, unas monedas en el cartón y retorné a orar por la salud del indigente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario