lunes, 2 de enero de 2012

Un velorio singular

    No todos los velorios son iguales; pero eso no lo saben los muertos. Ellos están sólo para ser velados. Están libres de las pasiones del mundo. Uno los mira y sólo encuentra indiferencia. No saben reír, no saben llorar; apenas tienen ánimo para ser indiferentes. Son muertos democráticos, tienen la misma cara para todos, pero no se dan cuenta de que todos los velorios son distintos.
    Macedonio tampoco supo esa parte de la vida que mucho debió conocer cuando se convirtió en muerto principal. A lo mejor los hijos que pudieron acompañarño y su mujer, no tuvieron tiempo o ánimo para decirle que la gente del pueblo le había despreciado su café; pero igual sostuvo la mirada fija en el infinito, como teniendo la certeza de que se lo había llevado la... eternidad.
    Claro, para mantenerse así, ajeno al amor, al odio, a las alegrías y a las tristezas, es necesario tener sangre fría. Y eso, dos días antes Macedonio lo había demostrado.
    Ahí estaba, tendido, jugando a las estatuas... frío, serio, como esperando que los pichones no dieran con él y le dejaran el rastro de su visita. Al verlo, uno podía pensar que por eso tenía los ojos pelones. A lo mejor nomás estaba jugando al muertito, y el frío de la noche, la brisa fresca, el aire de la noche que huele a muerto y que hace que los perros aúllen como coyotes, le estaban provocando arrepentimiento... a lo mejor por eso tenía las manos descoloridas, crispadas, apretadas contra la panza, para no temblar.
    El día que murió, los hijos y su mujer lo pasearon de casa en casa; con los hermanos sobrevivientes, con los cuñados, como pidiendo posada, como si fuera el hijo pródigo que se arrepiente de la mala acción; pero nadie quiso la visita del muertito.
    Por eso fue a parar a ese rincón donde apenas cabían el ataúd y los cirios, por eso no se daba cuenta de que no todos los velorios son iguales, y que en la última jornada le habían despreciado su café.

No hay comentarios:

Publicar un comentario