lunes, 2 de enero de 2012

La última voluntad

  Cuando Fermín tuvo la ocurrencia de ir a su antigua parcela, nadie pensó que esa fuera su última voluntad. Ni siquiera los hijos estaban preparados para la sorpresa que nos dio. "Oye, Danilo, ¿vamos al verano...quiero ver si hay elotes", le dijo al mayor, sin dar a maliciar que ya se sentía morir. Hasta dio a entender que se pensaba poner como chinche en tarima de pobre, porque quería comer elotes asados, cocidos y cerrar el día con un tamal recalentado.
  Yo, como nuevo dueño de la tierra, desde que el viejo campesino ya no pudo trabajarla, fui de los primeros en bajar el bordo del río y cruzar la corriente de agua sucia. Fermín, Danilo y yo éramos para el barquero unos pasajeros distinguidos. Atrás, esperando turno, iban como en procesión hijos, nietos, amistades.
  Desde el otro lado del río pude darme cuenta de que eran más de veinte los que esperaban al barquero, y pensé en la parcela, en la propia familia, en todo lo que significaba la visita de tanta gente, y tuve miedo.
  -Oye, Danilo -le dije-, dirás que soy rajado... pero entre esto y una parvada de pericos, yo prefiero los pericos. No es que les tenga más querencia que a los amigos, pero bien sé que pueden comer hasta donde yo quiera: con ustedes la cosa es de otro modo.
  -No es hora de quejas ni de temores -me contestó tendiéndome unos billetes que pagaban bien lo que pudiera desaparecer de la siembra.
  Ya con la calma recobrada seguimos el viaje río abajo, hasta el recodo que escondía mis dos hectáreas, doscientos metros al poniente del embarcadero. Conforme fueron llegando los invitados, la pila de calzado fue creciendo y los surcos se llenaron de huellas y murmullo de gente feliz.
  -Allá en la tierra de los gringos siempre echo de menos este ambiente -oí que Danilo dijo entre suspiros-. Aquí oyes el murmullo de los árboles, sientes la brisa del río, del amanecer, la tierra que pisas te acaricia y te hace sentir en casa... por eso te agradezco la oportunidad que le das al viejo Fermín y a toda la familia, de vivir un día como éste.
  -¡Bien haya mi viejo, que de verdad le tuvo apego a la tierra que lo vio nacer! ¡Bien haya la gente como tú, Emilio, que guarda la historia y el sentimiento de los que buscamos otro mundo!
  No supe qué contestar. Yo los envidiaba porque tenían qué comer, y ellos agradecían que compartiera el mundo de miseria que me rodeaba. De no haber sido por la llegada de quienes habían cortado su elote, y por el júbilo que el carbón de pasados rescoldos causó en el viejo campesino, yo le hubiera dicho a gritos lo que costaba la fortuna de guardar la historia y el sentimiento de los que tenían valor para buscarse la vida en otras tierras.
  -Justo aquí -interrumpió Fermín- hacía mis fogatas. De aquí salían mis tacos recalentados que luego empujaba con el café de botella. Debajo de esta guásima se guarecía mi yunta. Aquí dormían los aperos; colgados de las ramas que siguen dando sombra. Aquí pensaba siempre si valía la pena cortar una docena de elotes para hacer tamales, y siempre la necesidad de comer me vencía. Si sembraba para comer ¿qué negocio era la espera de las mazorcas?
  Antes de asar los primeros elotes, el viejo Fermín también se quitó el calzado y caminó entre las milpas. No hubo quien le hiciera cambiar de parecer cuando quiso dormir bajo el techo verde, recostado sobre un sudadero roto. Entendimos que el ambiente era mágico, y que cada quien tenía derecho a disfrutar el momento a su manera, por eso lo dejamos solo, solo con sus recuerdos.
  ¿Cuánto tiempo se quedó dormido? Nunca lo supimos. Entre el bullicio de los afortunados que habían cortado un elote en su punto, bajo la orientación de los mayores, y el alboroto de quienes aceptaban el reto de asar su propio elote, la tarde se vino pronto.
  Ni los nietos se acordaron del abuelo, ni los hijos del papá. Cuando el cansancio hizo mella en el entusiasmo de mis visitas, el deseo de regresar los obligó a prepararse y a buscar al viejo campesino. Entonces, como si fuéramos niños de escuela, nos formamos justo donde empezaban las besanas, y al tiempo que caminábamos, cada quien lo llamaba por su cuenta con gritos esperanzados.
  -¡Abuelo! ¡Abuelitooo! -gritaban los nietos. Los hijos, con voz más apagada y recordándole con cariño que ya era la hora de regresar, hacían bocina con la mano y le decían:
  -¡Ándale, viejo; vámonos!
  Por mi parte, sabiendo que más temprano que tarde lo hallaríamos, preguntaba:
  -¿Dónde andas, Fermín? -y la única contestación que nos llegaba era el ruido de las hojas al quebrarse.
  De pronto unos gritos desesperados y un lloradero que no tenía razón de ser nos anunció la mala sorpresa... y todos lo fuimos viendo conforme nos acercábamos a ver la causa del alboroto: ahí estaba el viejo Fermín, tirado cuan largo era, mirando al cielo de frente, con una sonrisa de rara felicidad y con una lágrima que seguramente no halló para dónde correr, desconcertada por la presencia de la muerte.
  Con la suerte que tuvimos de que estuviera calientito, Danilo pudo usar la espalda como parihuela para llevarlo de regreso, acompañado de la canción del dolor de todos los familiares.
  Fermín, rozando con la boca la oreja de Danilo, parecía rogar que lo dejara donde estaba; pero Danilo parecía sordo y porfiado, porque nomás para adelante sabía caminar.
  Al cruzar el río, ya nada evitó que la mano de Fermín acariciara el agua sucia que se escurría por debajo de la canoa, mientras el llanto de los acompañantes trataba neciamente de hacerla cristalina.

  Importante: Mataron a la "Josca", ¡Vaya tío!, La última voluntad y los cuentos que siguen, son parte de la Antología de cuentos "Un murmullo, un lamento", del autor David Cibrián Santacruz. La dicha Antología forma parte de la colección "Bacatete ardiente", No. 3, que editó la Agrupación para las Bellas Artes (APALBA) en diciembre de 1999.
  David Cibrián Santacruz ha colaborado en APALBA, y en la página literaria Quehacer Cultural que edita los días domingos el matutino DIARIO del YAQUI, en Ciudad Obregón, Sonora. Durante los 17 años de su actividad literaria, sus trabajos también has sido presentados en los periódicos ENLACE que edita la Secretaría de Educación y Cultura para el magisterio sonorense; y en el Órgano de información interna que reciben los trabajadores del IMSS. La revista Yuku Jeeka y la Colección Instantes, de APALBA, también difunden los cuentos que nos ocupan.

1 comentario:

  1. La última voluntad narra en cuento, la situación polarizada que viven los braceros, y los campesinos que se quedan en la tierra que los ve nacer.

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